Canto de gol: las familias de Millos

Si hay algo hermoso que tiene y tendrá siempre Tunja es la posibilidad que le da a las familias de Millos de poder ir a otra ciudad y a otro estadio a ver a su equipo, sin necesidad de una intercesión logística de las barras o una intervención policiaca para llegar al escenario; sentirse en casa, disfrutar el partido y salir de éste sin inconvenientes, bien sea de regreso a la capital o al destino respectivo.

Ante un partido que no tiene defensa alguna, muy a pesar de las palabras maquilladoras del profe Gamero, me queda elogiar lo bueno de una nueva visita a la segunda casa de Millos: familias en todas las tribunas, incluso en los costados de la popular, con niños disfrutando de la fiesta y de sus ídolos en una cancha más cerca a ellos; caminatas por los alrededores del estadio y a lo largo de la ciudad vestida de azul y blanco; y un trozo de Millonarios para tantos que no viven en Bogotá y pueden verlo una o dos veces al año en su hogar.

Una de esas familias es la que nos recibió en su apartamento este fin de semana. Aunque son abonados, los horarios circenses de la Dimayor y Win Sports los hacen perderse partidos en el Campín constantemente. Esta semana debieron haber podido ver a Millos dos veces: el miércoles o jueves en La Independencia y el sábado o domingo en el Campín. Pero una parrilla que busca la encendida de televisores la mayor cantidad de días posible -terminando la fecha 8 un sábado y empezando la 9 en Montería el domingo desnaturalizando la esencia del FPC- los obligará por enésima vez a vender o regalar sus entradas del juego de este martes.

Pero me alejé de mi norte: hablar de ellos. El viernes aguantaron sol y cansancio, hambre y el retraso de la comitiva azul, todo por lograr una foto o un recuerdo con los jugadores. Y la firma del capitán en la camiseta fue el premio para una sonriente y feliz señorita que logró lo que en su ciudad era una pizca más posible que en la capital. El recibimiento, la hospitalidad, las risas, los tragos y su compañía en el sufrimiento junto a nosotros en los insulsos 97 minutos de juego en la cancha, lograron que esta familia hiciera valer cada minuto de este viaje.

Haber conocido junto a nuestros amigos algunos rincones antes ignorados de la capital boyacense, disfrutar una fritanga tunjana, helados tradicionales en Jenesano, carne nitrada en Ramiriquí, y otro juego distinto al fútbol pero que sí nos arrebató carcajadas y alegría, hicieron de este fin de semana algo que ni Millonarios con su reprochable derrota pudo arruinar. Justamente ante la rabia cuando abandonamos el estadio el sábado, mi amigo le recordó a su hija el 5-0 contra DIM hace un mes en el que sí pudieron viajar y verlo, enseñándole y «reenseñándonos» que en la vida ganamos y perdemos, pero que hay que estar para el equipo en ambos casos.

Volveré y volveremos felices a ver al equipo en Tunja el próximo semestre contra Boyacá Chicó y/o cuando la vida lo disponga, porque sabemos que con la familia de Millos que son amigos, con la familia que Millos nos regaló, tendremos un motivo más para visitar esta tierra bella y de gente maravillosa. Y a esa señorita, que me animó a creer en el empate y me consoló ante el pitazo final y la absurda caída contra el colero, a personas como ella y sus papás y hermana dénmelos siempre. Millonarios sí es su gente.

El canto de gol para acompañar esta columna es ‘Que Corran’ de la banda cordobesa Los Caligaris.

Carlos Martínez Rojas
@ultrabogotano