Alberto Gamero

Taches Arriba: el curandero

Para Natha Mosquera, Fernando Sánchez y Andrés Acosta.

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Alberto Gamero ha suturado con precisión estas tres heridas.

La primera data desde diciembre del año 2011, cuando Junior nos volteó el marcador en el Metropolitano. Ese día fui el ser humano más perdido de mí mismo y me di cuenta que no quiero volver a ser ese ser. Pero en 2022, aunque en otro certamen, Millonarios salió campeón. Esa noche lloré sentado durante largos minutos hasta que el conducto lagrimal dijo «basta». No los vi alzar el trofeo: yo me llevé el mío para mi casa.

La segunda es del año 2019, de ese junio que es este junio, pero menos feliz. América nos sacó de la final en ese cuadrangular, aunque sería más certero anotar que fuimos nosotros quienes extraviamos la verdadera fiesta. Ese 1-2 también produjo en mí otro quiebre emocional fortísimo: el fútbol romántico se acababa y empezamos a quedarnos a merced de los algoritmos y las probabilidades. Este año se produjo la reconversión en la magia y la mística: aquí y allá, contra ese equipo escarlata, Millonarios dio el paso fundamental para decir «vamos a pisar cada día más duro».

Y la herida que cierra hoy, 24 de junio de 2023, estuvo abierta desde 2013, con Atlético Nacional. Me tienen sin cuidado la Merconorte 2000, o el famoso año 1989: pensé que la Superliga de 2018 daría por finalizado ese sangrado constante. No fue así: no me bastó. Hace 10 años, en la tribuna occidental del Atanasio Girardot, sentí cómo Juan David Valencia desgarraba mi alma con un tiro libre. Me callé. No dije nada. Ni mu. Salí de ese estadio y me sentí mareado, perdido, ido. Si no fuera por mi gran amiga, su esposo y sus laderos, seguro no sobrevivía ese viacrucis hasta La 70. Ha sido una década, pero la acabo de sentir como un parpadeo: el tiempo pasa, pesa, y vuelve a pasar, pero esta vez ya no hay pesar. La estrella 16 es prueba de ello.

Cada persona vive el fútbol como le place. Como seguidor de Marcelo Bielsa, entiendo qué significa ganar algo y todo desde la lógica de quien siempre pierde, como yo. Ya extravié la cuenta de cuántas veces he fracasado y de los momentos donde Millonarios se doblegó y bajó la cabeza. En este presente vivo esta época, nuestra época, como una linda manera para tener siempre los brazos en alto porque me prometí, y ojalá Millonarios lo haga, nunca bajarlos otra vez ni claudicar. Ya disfrutamos el proceso: ahora solo nos queda caminar por la vía de la gloria. Aun cuando no participé del juego que ellos sí han sudado, para el que se prepararon, siento que esto es de ustedes y mío: mi privilegio ha sido asistir al estadio y pienso, entre sollozos, en los que no vinieron, en los que están lejos, en los que fallecieron. Siento este deporte como Martín Caparrós, «el fútbol es sorprendente porque nos hace parte de lo que no somos parte».

Alberto Gamero es el curandero de mis heridas. Es hora de ir al mar para refrendar mis promesas en ellas, justamente a la ciudad donde él nació: debo ir a restregarlas con arena y lavarlas con agua salada. Porque el fútbol ayuda a sanar.

Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco