Santa Fe Millonarios Cuadrangulares 2022

El epílogo de «El día después»: al final, sin final

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Claro que los entiendo. La sensación de ustedes, es la misma que tengo: desazón, tristeza, saber que estaba ahí, al alcance de la mano, a uno o dos goles de distancia. «¿Qué hubiera pasado si…?» no solo es una serie de Marvel, sino el pensamiento latente, el que pudre, ese que duele, que resquebraja, que parte en dos. Ya no lo sabremos. No por ahora.

Dejó de importarme si Llinás, el rubio que trastabilló gracias a una cancha con visos de potrero, paseó por el césped lamentándose con profundidad, haciendo jarros con sus brazos y mostrando los pucheros que solo Vanegas pudo ver en primer plano. No me interesó si Juanito, desesperado, les manoteó para ver si espabilaban en ese 1-0. No me afanó si Mackalister, el amigo del perdón, tiró una plancha con la violencia que se castiga con tarjeta roja. Creo que ya no es fundamental saber que intentamos línea de tres y que Santa Fe se descuidó en el 1-1. Ya no me afana nada, ni me pesa, ni me duele. Es lo que es: empate 1-1 y aunque matemáticamente no es posible, ayer entendí que 1+1 es igual a cero. Ellos y nosotros, al final, sin final.

Tampoco me molestó ser incoherente por años. Al principio no quise a Don Alberto. Me parecía, porque alguien me contó, que sus equipos se rompían físicamente rápido y había una disposición recia con el entrenamiento diario. Eso de quemar ídolos tampoco me cuadraba: si somos expertos en perder los nervios, también tiramos de clase cuando ponemos en combustión espontánea a los guardianes de la gloria del pasado. Al final, ahora que él triunfó, le tomé un respeto especial. Sacar agua de las piedras, promover promesas del fútbol base, propender por jugar bien y luego ganar, es una tarea que no correspondía al abolengo embajador: con muy poco lo logró, siendo fiel, terco, en la suya, con altas y bajas. Hubo recompensa y no creo que sea mínima: una Copa en la vitrina es muestra de ello. Al día de hoy eso me basta, aunque no me alcance y odie tener que conformarme. Así es la vida, profundamente inconexa. Ojalá Gamero se quede otros años para seguirnos demostrando que hay dos cosas más fundamentales que el talento: son la disciplina y la coherencia.

Hay que poner en práctica lo que aprendimos en 2022. Que ser los mejores de la tabla y jugar bonito, no es igual que salir campeón y tener buen fútbol. Que la calidad de jugadores nunca será igual a la cantidad de elementos disponibles. Que no vamos a ganar la Libertadores si no podemos con un cuadrangular local. Que el camino se elige, se disfruta y después vemos si trae recompensa.

Ahora será obligatorio rumiar entre el árbol de Navidad los regalos imaginarios que ya no nos traerán. Vamos a rezar las novenas en paz, en familia, sin distracción aparente y brindando por la mitad de cosas que sí tenemos. Y lo mejor es que no vamos pasar por la amarga repetición de una experiencia tan dolorosa como perder en una noche de velitas, esa que ya vivimos otrora: es mejor encender otras cuantas para que el fuego nos traiga mejores certezas.

Ya no sabremos nada. No por ahora. No es el tiempo. Es que, la verdad, no tenemos por qué conocer el desenlace cuando nada ha terminado y todo está por hacer. Lo único real para ustedes y para mí es la eterna promesa del fútbol y la vida: siempre volveremos.

***

Este espacio será clausurado de forma definitiva. Cualquier palabra que diga en adelante sobre mi equipo amado, sobrará. No es que no tenga algunas más: las voy a guardar para el momento que crea indicado. Muchas gracias a todos los lectores, a todas las lectoras.

Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco

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