Cúcuta Millonarios 2019

El día después: un sofá en la cima del risco

Cada mañana te levantas. Tomas café, té, un vaso con agua. Sigues la rutina, ese ritual repetido y soporífero que te conduce al trabajo o de nuevo a la cama. Quieres que sea un nuevo día, diferente, le pones empeño, el pecho a la brisa. Tienes pequeños minutos de placer hasta que en menos de sesenta segundos te vuelve a cambiar la vida. Mueres. Lentamente.

Creo que no se había advertido que Cúcuta, un equipo dirigido por Guillermo Sanguinetti (sí, ese mismo que dirigió, ¿o se digirió?, uno de los peores Santa Fe de la historia), había marcado muchos goles. Solo para repasar: cuatro dianas al Deportivo Cali, tres anotaciones frente Atlético Nacional y anoche nosotros nos comimos esa misma cantidad. Y jugaron muy bien: pase, control, triangulación, “cruces de pelotas constantes”, según nuestro profesor. Fue un breve repaso de lo que no hicimos, lo que no podemos hacer.

Anoche llovía. Como llovió hoy en la madrugada bogotana. Cielo encapotado, vestido de gris tristeza, de lloro y crujir de dientes. De frente nos encontramos al abismo y antes de llegar a él, apenas cuatro minutos bastaron para que Ortiz volviera a convertir. Pequeños instantes de satisfacción. No hay gloria eterna y todo es efímero: el ‘tico’ se lesionó justo cuando pensábamos que volvería por fin, así Jorge Luis Pinto haya insistido en que debe aprender a salir de su jungla natural, la zona delantera, para darle una mano en la defensa, zona donde al paciente se le ha detectado un cáncer invasivo.

Pensábamos que era el calor, el sudor en exceso, la transpiración de la humedad. No. La cámara de televisión mostró más adelante que el chaparrón, como plena premonición, llegaría en algún momento. Ese primer jab de derecha cucuteño se complementó con dos goles más, uno donde Faríñez fue protagonista. Y así podríamos pasarnos toda una tarde, en el sofá viendo gotear, analizando uno a uno los jugadores que se presentaron anoche. Si no fueron los pucheros de Pérez, esta vez fue la molestia de Jaramillo y Banguero reemplazados para jugar a lo mismo, al libreto de siempre, ese que no se puede improvisar. Y ya está, otra vez. Ya está.

Ah, no, espere: ¿el árbitro? ¡Pamplinas! Debería importarnos una soberana mierda porque ya sabemos cómo son todos. Punto y aparte.

Utilizando las palabras de otros, hay un gran ejemplo de jugador venido a escritor: se llama Jorge Valdano. Me encanta como utiliza el idioma castellano, español. Analizando al Real Madrid, escribió lo siguiente en una columna llamada “El diván de Vinicius”. Con permiso: “Donde el Madrid carbura es en la tabla de clasificación. Preocupado por su juego, mira a sus rivales desde arriba. Mirada aristocrática que, como es coherente en su condición de equipo ganador, tranquiliza el ambiente”. Hoy Millonarios vive en la cúspide de la reclasificación, de la tabla del mejor del año, de quien tiene más puntos que los demás, donde se hace inalcanzable.

Bueno, si esa es la condición de insuperable, que Pinto nos levante el ánimo y el coraje, la grandeza, porque anoche lo vimos muy abatido en rueda de prensa. Eso sí: en palabras de él, “podemos ganar, perder, empatar”. ¿Seguimos viendo llover, de forma señorial, desde la cúspide del torneo que no da estrella pero sí un repechaje para Libertadores?

Mejor sigo con mi litro de café diario, paleando mis propias angustias sentado en un sofá en la cima del risco.

Próxima parada: Patriotas, domingo, a las tres de la tarde. El verdadero horario de fútbol que le gusta a la gente.

Leandro J. Melo C.

Twitter:@lejameco