Nacional Millonarios 2022

El día después: el ataúd, la cabeza del marrano y el horror

En 2011, Cúcuta quedó estremecida. La Barra del Indio, la más popular y representativa de ese equipo, que lucha por regresar a jugar en el profesionalismo mediante argucias en derecho, ingresó el féretro de Cristopher Alexander Jácome Sanguino, fallecido por cuenta de varios disparos. Conmoción. Estupefacción. ¿Cómo se dieron la manera de hacerlo? Simplemente pasó. Entró sin boleta. Nunca la necesitó. Fue velado en la tribuna entre cánticos, risas, sorna y maldad.

También recuerdo el relato de Sergio Levinsky en el portal Infobae, enmarcando una recapitulación de otro amargo suceso acontecido el 23 de noviembre de 2002: fue el día en el que a Luis Figo, en el Camp Nou, le tiraron una cabeza de marrano. Nos obnubilamos por ese partido español. Dicen que es el más importante del año para el planeta fútbol. Tiene una carga política tremenda. Social, ni hablar. Si no entendemos cómo un ataúd ingresó a las tribunas de un medio coordinado estadio colombiano, menos que vamos a intuir cómo llegó ese residuo corpóreo de animal quemado entre un horno, a una de las gramillas mejor cuidadas del mundo entero.

Ellos, en Medellín, claman por una tierra autónoma. Piden un federalismo, ser diferentes, únicos. Los entiendo. Acá, en Bogotá, nos gusta pensar que somos incluyentes y esperamos que todos nuestros habitantes se comporten como pide y clama el periodista, la periodista, agitador, agitadora, de redes sociales: que nadie rompa nada, que este equipo tiene más dudas que certezas. Si algo le sobra a nuestra tribuna es eso, creer que podemos deformar la realidad en cosas insignificantes y que deben erradicarse totalmente. La noche anterior, con lealtad, un poco de raspón marcado en las tarjetas amarillas y con cuatro goles, dos equipos nos regalaron un partidazo para vibrar con buen fútbol. Es mi punto central en este empate: le damos importancia a ciertas cosas que no merecen la pena y nos arrodillamos ante el ruido innecesario.

En el año 2019 escribí una columna titulada “A la memoria del difunto” que pueden volver a leer acá (https://bit.ly/3GygiKm). Con ella traté de recrear cómo una persona fue vilmente asesinada en la estación de Transmilenio de El Campín. Cité a Bill Bufford y su libro “Entre los vándalos”. Todo ese recuerdo para indicar que no me cansaré de repetir que hacemos demasiada apología en la xenofobia y el racismo sustentados en el no reconocimiento del otro, del diferente. Enterramos nuestro buen juicio encuentro tras encuentro y lo sepultamos amparados en la inquina, siempre rodeados de la tribuna mediática o la de cemento. Vivimos en nuestra propia cabeza de marrano,  expuesta, dolida, enferma, porque sabemos que en ella está contenida esto: “(…) somos una metáfora de lo que más odiamos”.

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Aborrezco con toda la profundidad de mi alma el inicio, nudo y desenlace de los partidos contra Atlético Nacional. Suerte perra: todavía queda uno más en el cuadrangular. Aunque se juegue buen fútbol, cosa que parece no importarle a algunos periodistas e hinchas, vivir entre tanto odio es similar al horror.

Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco