Millonarios Medellín 2022

Con cabeza fría: lágrimas de amor

Qué difícil es ponerse la meta de escribir poco cuando hay tantísimo de qué hablar. Mi intento inicia en consonancia con la crónica del ‘Mechu’ Jiménez en la que reconoce que pasó de todo en sólo 90 minutos. El problema es que nos podemos extender a 200 o 300 si, como yo pretendo hacerlo ahora, cada quien contara cómo vivió esta noche inolvidable. Pero concuerdo con él, tenemos derecho a disfrutar el hoy y seguir recordándolo.

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Iba camino al estadio y leí un trino de José Guzmán, un buen amigo y compañero en otro medio azul. Él vive en España y a causa de su trajín no lograría desvelarse y nos pedía a quienes íbamos al estadio alentar los 90’. Y pensé en la pandemia, quienes andan en suelo foráneo y tantas circunstancias que nos han impedido seguirlo, así como la fortuna que teníamos los que llevábamos nuestra boleta en el celular y no habíamos perdido la oportunidad por cuenta de los deberes o las triquiñuelas del operador de boletería. Viviríamos de nuevo un paso a una final, en vivo, en casa, después de tantos “casis” que nos dejaron esperando lo que nunca fue.

Bien lo dije en el Magazín del miércoles, ni hay que confiarse ni hay que dejar de reconocernos como favoritos, sin saber que ambas cosas surtirían efecto. Justo los hombres que mencioné anotaron y nos pusieron a miles de almas en ascuas. No contábamos con la la lesión de Vargas (que forzó una floja dupla Abad-Omar) ni la expulsión en un primer tiempo terrible y digno de horas de video y clases del profe Gamero para nunca más repetirlo. Pero en ese instante, en esa roja infame de Juan Carlos, se derrumbó mi siembra del presente y me refugié en los recuerdos del pasado: primero los malos, los que me decían que Alberto nunca ha podido ganar nada como DT azul, el maldito 5 de junio, las eliminaciones a manos de Cali y Petrolera, y pensé en el destino fatídico de caer una vez más.

Luego vinieron los de la sangre en el ojo, los del “algo va a pasar y ganaremos”. Y justo en la gresca de la cartulina de Pereira volví a lateral norte, en ese domingo que azules y rojos nos hicieron subir los humos a la cabeza y querer meternos al ‘rifi-rafe’; los mismos con los que nos queríamos saltar las rejas y correr a abrazar a Estrada, Ervin y Conde en ese gol maravilloso del tiempo de adición. Y ahí me dije que contra el DIM sabíamos lo que era sacar triunfos de la manga. Toda esa lluvia de memorias pasó en pocos segundos, todos los “maldita sea”, los “jueputa” y los “tenemos que poder” secundaron los lamentos del volante cartagenero y su trote a las duchas.

Y muy a pesar de que las populares entendieron que el Club está por encima de ellos, que oriental cantó incesantemente al compás de la lateral, que el ambiente contra Medellín fue de fuerza y perseverancia (como debió haber sido el clásico y los que asistimos a ambos disfrutamos la segunda chance), y que ‘Macka’ agradeció al aforo limitado que lo hizo sentir con “el estadio repleto”, mis 50 minutos de la segunda etapa fueron en silencio, concentrado, esperando, rogando, sufriendo. Incluso después de los goles, enfocado en las jugadas que veía y repitiendo una arenga mental cuando nos tocaba defender.

No recuerdo la última vez que lloré de felicidad por Millonarios, seguramente fue en febrero de 2018. En medio de esa concentración, de ese desasosiego por la suerte que parecía correrle a Gamero, de esa noche sin viento que hizo que el humo azul y blanco decorara más de la cuenta el césped (y seguramente acarree una nueva sanción) y de los fantasmas que rondarán hasta que logremos un título y que Eduardo Zabalaga recordó también en el tercer tiempo, lloré con los dos goles nuestros y con el pitazo final, abrazando a mi novia durante un minuto inolvidable. Y con el abrazo de mis amigos y uno muy fuerte y sentido a mi mejor amiga después de una semana durísima para ella y su familia, salí exhausto y feliz, recordando nuevamente a ‘Jose’, ‘Edu’, ‘Nando’ y todos los que desde afuera añoran partidos y gestas como en esta semifinal. Una pintada de jerarquía y mística, algo que desde aquel entonces había dejado de sentirle a Millonarios.

Carlos Martínez Rojas
@ultrabogotano