Hinchas Millonarios Pasto

Se merecen este y todos los triunfos

La historia comienza un día antes del partido, cuando el equipo llega a Pasto y desde al aeropuerto hasta el hotel hay una escolta social, la gente de Millonarios que sigue a su equipo en esa caravana tan esperada por un año largo. En la noche una serenata, no con mariachis ni trío, solo las gargantas de la gente y la murga de la percusión. La filial de Pasto, Comandos Azules Trastorno Millonario, se para a las afueras del hotel Morasurco para cantarle a sus jugadores las mejores canciones del setlist del repertorio.

Al otro día se juega el que para ellos es el partido del año, entendible, el de ver a su equipo amado, que oficia de local a miles de kilómetros de distancia. Solo una vez cada 365 días se pueden ver en vivo a las figuras, aquellas que destrozaron a Santa Fe y Nacional en sus casas, hay que aprovechar para verlos. Si no es ahora no es nunca. Junto a los de Pasto llegan los de Ipiales, los de Popayán, los de Chachaguí, es el evento del año para ellos.

Comienza el festivo, que es festivo en Colombia pero más festivo para ellos porque es el día del encuentro esperado con su equipo del alma. Hay que hacer los preparativos. Por un lado, la logística para recibir a los hermanos azules que vienen de Bogotá. Por el otro, el operativo para ingresar al estadio el tapatribunas de la filial. En el hotel hay un montón de gente que acaba de llegar desde muy lejos y ven a sus jugadores como dioses. Cadavid lo entiende y se baja del bus a sacarse la selfie y a firmar. Russo es más metódico, es tiempo de partir, le dice a los demás.

Llegan los buses de Bogotá, poco a poco se va poblando la Norte de Libertad. Hay ambiente de fiesta, «esperen a los himnos», dicen. Ok, esperamos, la gente canta con mucha alegría y salen los equipos a la cancha. Suena el himno de Colombia y se despliega, espléndida, la bandera tapatribuna de la filial de Pasto. «Comandos Azules Pasto – La Banda Pionera», reza la leyenda. Algun día debe extenderse en Bogotá, seguro.

Primer tiempo, fricción. Segundo tiempo, emociones. Los locales chiflaron a su equipo minutos antes de que estrellaran un balón en el palo de Ramiro. Los azules alcanzaron a desesperarse, cantaron el famoso «movete, Millos movete» en algún momento. El tapa tribuna se volvió a extender, para cada filial, el clásico aparte es cuando Millos juega en su ciudad por todo lo que significa, es algo que la afición de Bogotá poco entenderá. Parecía empate frío en una cancha fría… pero…

Llegó el gol de Ayron y se acabaron 11 años de martirios. Para muchas de las personas que estaban en la tribuna era la primera victoria de su equipo del alma en vivo.  Estuvo bien que cantaran el ole en los minutos finales, estuvo más que bien que vitorearan a Ayron mientras daba la entrevista post-partido. Estuvo bien la lluvia de aplausos a todo el plantel y estuvo perfecto que esperaran a la salida para la foto con los ídolos que acababan de terminar una racha del diablo. Millos ganó, le dio la alegría más grande de todas a muchas personas que nunca lo vieron ganar en vivo antes.

Lo merecen, los de Pasto, los de Popayán, los de Ipiales, los de Chachaguí, los que llegaron desde Bogotá y Cali. Gigantes. Con esa forma de alentar, con esa pasión con la que preparan cada detalle del único partido de Millos que pueden ver, once años saben a demasiado. El 15 de octubre un montón de gente pudo sentir por fin lo que es ver ganar a Millonarios en vivo, lejos del TV. Si para quien escribe estas letras ganar en Pasto fue especial y motivo de lágrimas, cuesta imaginar lo que debió sentir toda una generación de hinchas nariñenses y caucanos que no sabian qué se sentía ganar en vivo.

Se merecen este y todos los triunfos que vengan hasta la eternidad. Son enormes.

Twitter: @elmechu