El Campín

Taches arriba: representaciones distópicas

Han pasado los días y las noches. Exactamente un mes. Solo se cuentan las fechas especiales: cumpleaños a distancia o aniversarios celebrados en teleconferencias virtuales. Todas las empresas, reventadas en deudas, abren a media máquina, casi clandestinamente, porque nadie en esta sociedad capitalista puede parar. Mi realidad simulada consiste en pararme frente a la puerta de la oficina, empuñando un café negro sin dulce, escuchando 30 o 40 segundos de silencio: atiendo una quietud pasmosa frente a un espacio que siempre estuvo con los decibeles a tope. Esta afonía de ciudad es una depresión que jamás supe que afrontaría.

Tampoco he tenido valor para ver partidos de fútbol antiguos: no me llenan porque no vivimos de recuerdos sino del presente. No estábamos acostumbrados a estar tan sigilosos y preocupados; no es corriente lo que pasa y los científicos nos invitan a pensar que esta será la nueva normalidad. Las noches en vela, el principio de insomnio, los días de mierda; las calles semivacías, con algunos transeúntes nerviosos, no invitan a la cercanía de los cuerpos: cualquier persona puede ser un potencial transmisor del virus fantasmagórico. Nos dan miedo los otros porque esta sociedad educada en la interconexión, experta en la interacción con sus símiles bípedos, no entiende qué significa estar aislado de sus pares o qué significa estar distanciado de lo que siempre tuvimos al frente.

Pensar en un estadio de fútbol lleno de gente ahora es una extraña utopía. O distopía, que es la “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. Anhelar la ebullición de un recinto de masas, al unísono de la barra y sus tambores, parece el paraíso sentimental. Solo Alemania puede darse el lujo de pensar en jugar fútbol a puerta cerrada: los teutones tienen disponibles en sus laboratorios de primer nivel entre 640.000 y 4 millones de pruebas de coronavirus, si se aprueba el presupuesto nacional. Solo con esa base y el 0,5% de uso de esos test, pueden asegurar que el fútbol vuelva el próximo 9 de mayo. Pero sin público. Si eso no pasa, se perderán 740 millones de euros por conceptos de transmisión televisiva y 56.000 empleos directos en sus clubes, que sí tienen real carácter social.

Nosotros, los pobres colombianos, apenas podemos hacer algunas aproximaciones mediante parámetros de 77 páginas basados en las promesas de una empresa canadiense, buscada por la DIMAYOR, para asegurar que el fútbol vuelva. Con asepsia, pero que regrese. El Ministro Lucena y el Presidente Duque ya bajaron el pulgar: un poco de sensatez gubernamental no viene mal.

Ante la falta de show, la retórica de los dirigentes del fútbol causa sensación en las portadas de diarios deportivos. El presidente de la junta directiva de Millonarios aboga por un fútbol más equitativo: que los grandes, ocho o diez en sus palabras, gocen la tajada mayor. Y los que no mueven torniquetes, que se jodan. En ese último grupo, y desde Tuluá, replica constantemente un solo directivo que habla por un grupo más grande de instituciones “chicas” o modestas, para ser menos agresivo. Nadie podrá poner de acuerdo un grupo de altos mandos de la pelota porque cada cual tirará para su lado: nuestro fútbol no tiene nada de solidario y carece de contenido social. Solo doy un ejemplo para el ítem anterior y que les compete a todos: el fútbol femenino fue cancelado porque hay para cualquiera, menos para ellas.

El balompié colombiano hoy es una ficción negativa: no hay dinero, no hay salarios, no hay competencia, no hay show y no hay forma de volver a girar la rueda del dinero porque la mayoría de clubes están quebrados: por ejemplo, el Deportivo Pereira va a remate comercial. Menos mal llegó un salvavidas de dos millones de dólares de CONMEBOL para pagar sueldos de jugadores: cuando Don Gustavo sepa que cinco clubes que están en la B podrán percibir dinero como si estuvieran en la A, habrá más tela para cortar.

Por lo pronto solo nos queda la virtualidad: que Andrés Llinás tenga la suerte de jugar buen fútbol simulado, por computador o consola, porque hoy nadie nos consuela en esta amarga distopía.

Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco