Supercampeones a 30 mil pies de altura
Hincha de Millonarios que se respete, antes de comprometerse con cualquier plan, primero revisa si ese día hay partido de Millos o no. Es ley. No está escrita en ningún lado, no. Está en el alma, en el adn azul y blanco que corre por las venas embajadoras, está en el corazón.
Siempre se deja todo a un lado (familia, pareja, amigos) y se asiste a la cita de honor. Otras, -muy pocas pero dolorosas todas como ninguna- hay que dar el brazo a torcer y cumplir con las obligaciones. Uno se da mañas, lee las cosas por twitter, por grupos de amigos en whatsapp y cuando se puede, radio por internet o alguna página con la transmisión web. Pero uno sabe en el fondo que es puntualmente por esa vez, que la siguiente semana una silla en el Nemesio tiene nombre y apellido y nada más importará. Por ese momento, solo queda apretar desde la distancia y celebrar solo en el cuarto de un hotel, deseando estar en la capital.
La semifinal de ida contra América en Cali me tocó fuera del país. Sufrí lo que no está escrito y acudí a cuanta aplicación, emisora y página existen para sentirme un poco más cerca. Ganamos, grité, celebré. Bajé al restaurante, pedí una cerveza y comí muy bien. Dichoso. Solo. Previamente había tenido que correr, estaba fuera de la ciudad a dos horas del hotel, un colega –al que tenía seco todo el día con nuestro partido- se metió en la locura del tráfico de Ciudad de México para dejarme muy cerca. Luego un taxi. Rápido. “Yo manejo hace 40 años aquí, conozco toda la ciudad”. Alivio. Se perdió, dio vueltas. Llegué al filo del reloj. Bien.
Anoche, de nuevo, por fuera del país. Lo diferente es que esta vez me tocaría a 30.000 pies de altura. El vuelo, de un poco menos de cinco horas, sería en pleno partido. Durante el trayecto, traté de dormir, leí, comí, daba vueltas en esa silla, me quería tirar… Nadie de ahí compartía mi angustia. En silencio, lo sufrí. Sabía que al aterrizar, todo estaría consumado. Imaginaba ese momento de lograr colgarme de cualquier wifi y empezar a recibir notificaciones, mensajes de whatsapp y demás… Aterrizamos. La posición de parqueo, lejos. A bajarse a un bus. Y en esta ciudad, famosa por sus trancones monumentales, hubo uno en la pista. El bus, quieto, totalmente quieto media hora mientras un avión atravesado tenía que empezar a moverse para despegar. Angustia a cincuenta mil. Afán mío y de mi grupo de colegas por llegar al hotel (que queda en una ciudad cercana, pero que en pleno tráfico, está a más de dos horas del aeropuerto). Controles de migración, mil requisas, preguntas de rigor… Ya estaba en tierra, pero mi mente seguía en las nubes.
Taxi y a correr. Llegué tarde, muy tarde al hotel. Chequeo y a la habitación. Conectarse, con angustia, con mucha ansiedad, con el corazón a mil por hora, como un búfalo en estampida.
El celular empezó a molestar, se bloqueó, whatsapp se empezó a reventar, no entendía, no quería leer nada. Abrí el chat de mi novia:
– 19:57 “Min. 73 marcador 2-1 ganandooo adivina quién??? Azules”
– 20:19 “+ 5 de reposición y es campeón de la Súper Liga! Los dos goles de Ovelar”
Mi hermana y mi mamá en el grupo de la familia:
– 19:43 “Vamos ganando 2-1!!!”
– 20:20 “Ganó Millooooooooooooos… Y Pompilio está de turno 😀 😀 :D”
(Pompilio es el celador de su edificio, hincha de Nacional jeje).
Eso fue. Los leí sobre las 23:00. El alma se llenó. La felicidad fue tremenda. Grité (suave, casi entre los dientes), y me tiré en la cama. Enormes mis jugadores, enorme mi cuerpo técnico, enorme mi Millonarios de Colombia. Me quedé despierto hasta las 2 de la mañana viendo mil videos, declaraciones de jugadores, leyendo twitter, noticias, sonriendo por dentro.
Este último año ha sido maravilloso. Millonarios, de la mano de un ángel de apellido Russo, ha empezado a desempolvar las páginas más gloriosas de este equipo para que una nueva generación de jugadores las leyeran una y mil noches, y así se metieran en su cabeza el firme convencimiento que ellos podrían estar en ellas, escribiendo ahí sus nombres de héroes. Hoy ya lo son. ¡Supercampeones de Colombia!
El domingo, todos, a llenar el Nemesio. Esta vez, a 2.600 metros más cerca de las estrellas.
Puntada final: Un abrazo grande al mono Carlos Rubiano, quien desde Austria lo sufrió usando la app del equipo.
Eduardo Zabalaga Escobar
@ElCholoSoyYo