El día después: un cántico desbloqueado
Si no estuviéramos aleccionados gracias al pasado, seguro que no podríamos entender cómo es que suceden estas cosas. Gracias a él, me acordé de un hit de tribuna, que será mencionado al final.
Todavía resuenan los golpes del balón contra el palo y el sonido del silbato, dos veces, para negarnos un penal: también ese aparato hizo silencio en esa acción cuando Llinás cayó en el área. Es la hora que no dejamos de pensar porqué llegamos tarde a todo, incluido los actos protocolarios. No se entiende cómo es que Mackalister no abandonó el terreno cuando sintió el ‘crack’ en su rodilla, gracias a una cancha esponjadita y otra mala pisadita. Es inverosímil que Larry no haya estado desde el vamos si estaba convocado; sus destellos de buenos pases y perfilamientos llegaron en el momento adecuado, hasta que la doble marca del rival hacia él, como la misma propuesta hacia Daniel Ruiz y Carlos Gómez, hicieron que nos diluyéramos como las mismas gotas del fino rocío que lavaron El Campín. Llegamos hasta el término de la violencia, porque fuimos un mar de nervios: esa falta sobre occidental fue capaz de sacar lo peor de Juanito y lo más agresivo de todos nosotros cuando el árbitro terminó el primer tiempo. A Montero, el infalible, se le escapó un balón y después de eso, llegaron tres acciones de posible gol desde sendos tiros de esquina. Todo esto parece un inventario de desdichas.
Tenemos en la retina los últimos 20 minutos de Millonarios por algo particular. Hemos visto la ira de Don Alberto. Una vez pasó en Cali contra América: hasta Cerveleón lo miró con la cara del sorprendido y preocupado al tiempo, en el Pascual Guerrero. Anoche, en ese correr contra el final del partido, el técnico sobrepasó la raya de la agonía que produce estar inhabilitado para jugar y meterse al campo para ver si, por fin, volvemos a ganar; para dejar de sentir esa eterna espera del postergado cuadrangular que ahora luce distante. Sus manoteos, gritos y gesticulaciones fueron indicadores para interpretar que seguimos yéndonos desde el lugar que parecíamos más cómodos, el liderato en la tabla del semestre. Pereira tuvo todo lo que nosotros alguna vez dominamos: furia, ganas, buen juego y actitud de victoria. Ellos fueron nuestro espejo y no nos gustó el reflejo.
Por primera vez en 2022, una parte de la hinchada estalló al final. Del “movete Millos movete”, pasamos al “jugadores la concha de su madre”. Gracias a eso, se pudo desbloquear un recuerdo de lateral norte. Cuando las cosas iban bastante mal en los inicios de los años 2000, se cantaba “me parece que Millos no quiere ganar”: luego, posterior amenaza. Seamos benevolentes con el equipo, así como el sistema del campeonato lo sigue siendo con ellos: no es que no “quieran vencer”, es que por ahora “no pueden conquistar”.
Es un buen momento para recordar una frase de la escritora Siri Hustvedt: “a veces la memoria es un cuchillo”.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco
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