El día después: hay que estar pendiente
Es inevitable observar una pareja de vecinos. Durante muchos días le han pedido a un contratista externo que corte baldosas, haga reparaciones, deje amontonadas canecas de pintura en el balcón. Es importante, aunque no es lo único, cambiar el nido, la habitación, la cocina, el piso. Los observé con sigilo y gran detenimiento mientras organizaban el desorden de la obra, todo porque dejaron las cortinas abiertas. Parecen una pareja madura. Él tiene su cabello recogido. Ella, su melena en desorden, producto del trabajo en casa, de noche. Seguro hablan. Algo se dirán. Pero en medio de las tareas que producen una fatiga agotadora, están atentos el uno del otro.
Eso fue Millonarios durante 72 minutos: una sola empresa que se cuida a sí misma. Larry habló, corrió, pegó y le sobró tiempo para definir una pelota con destino en la cabeza de un defensa. Pereira, indomable. Entre Rosales, lesionado (¡bañito de ruda!) y Bertel, dieron la seguridad casi esfumada después del gol de Patriotas. Ellos son una parte del conjunto que dejó la mejor impresión durante todo ese tiempo en una ciudad contenida dentro de uno de los departamentos más bellos del país. En una capital donde gozamos ser más que locales.
Jugar fútbol, conjugarse como un ente unido, amar y querer, actos complementarios y nunca diferentes, ser pareja o uno mismo (a veces es parecido), significa el idéntico esfuerzo requerido cuando calentamos la leche para el café del desayuno o asamos las arepas de la cena: hay que estar pendiente. De todo.
El VAR, disimulado, sí estuvo vigilante. De no ser por esa pierna adelantada, el hombro o la uña del guayo del rival, estaríamos contando otro cuento. Nos costó una gran incomodidad salir de nuestros mejores hombres como Daniel, que remató a manos de ‘Junior’ Mosquera con posterior zapatazo del endiablado Gómez; y qué decir de esa argucia al vacío para que Herazo, con la frialdad del ‘killer’ de área que levita gracias a sus más recientes goles, nos pusiera a celebrar por duplicado. Y por allá en la adición, en el tiempo del absurdo, Montero se erigió como el salvador y estuvo de pie en esa postrimería. En los últimos 15 minutos estuvimos bordeando un empate desatinado.
Con eso último me acordé de mi querida doctora en lingüística, Viviana, quien me regaló un bello libro de cuentos de la escritora chilena Alejandra Costamagna, llamado “Imposible salir de la tierra”. Cité un pedacito de esa escritura dentro de una publicación con foto incluida en mi Instagram. Mi cómplice académica en las letras de los otros, me contestó que la chilena se especializa en eso: “narrar las mierditas del día a día, llevadas al límite, a la línea del absurdo”. Cosas de la vida real aplicadas al fútbol, quién lo creyera: el verdadero equipo de Boyacá casi nos hace rozar la ignominia.
Me pasaré el resto de la vida contando mis historias o la de los otros. Pego palabras por la urgencia que requiere mi cabeza. Soy mis sílabas, mi puntuación, mi tono, mis libros subrayados, mis artículos leídos. Soy mi propia patochada, mis propios errores, mentiras y ficciones. Sueño que algún día me entiendan. Tengo que estar atento de mí, de igual forma como Millonarios debe ser vigilante sobre sus pocos resbalones de juego, recuperaciones médicas y del próximo partido que significaría la obtención de ese comodín aclamado, contra Deportes Tolima: el punto invisible.
Los vecinos han apagado la luz. Rendidos y agobiados por el desorden, han entendido que mañana vuelve a salir el sol.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco
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