Millonarios Cortuluá 2022

Con cabeza fría: viaje en el tiempo

Cuando llevamos tanto yendo al estadio hay partidos que se cruzan con los rezagos de la memoria, para bien o para mal. Tardes increíbles que se graban en la mente por la hazaña conseguida y que vuelven en presentes semejantes; también, claro, minutos de terror que dejan su huella y se convierten en símiles cuando recibimos golpes que laceran esa vieja herida.

El sábado reviví tres recuerdos en particular que me devolvieron en el tiempo y recordé mi niñez y esos primeros años en la 57. Primero uno neutral, con el doblete; al haber madrugado a ver el flojísimo empate de las Embajadoras recordé la primera vez que, yendo a la lateral, vi jugar al Chicó bogotano en un partido de segunda división. Otros tiempos, tal vez con un sentimiento capitalino más arraigado, en el que el club también empataría en dicho juego de previa y al que, con tal sentimiento reinante, aplaudíamos y apoyábamos por sus hazañas al representar a Bogotá frente a un rival de otra ciudad. Ambos juegos, el de inicio de siglo y el femenil, de flojo trámite y desenlace.

La segunda remembranza corrió por cuenta del gran gol de Juan Carlos que nos sacudió el frío inclemente del sábado. Un enorme recurso técnico en el mismo arco donde reposa un anecdótico Millonarios – Envigado y un resultado igual de ajustado. ¿El protagonista? Gabriel Héctor Fernández. Una pirueta de ésas que pagan la boleta solas, desde el borde del área y para dejar desairado al portero rival. La accesibilidad económica y espacial de lateral sur por esos años me veía justo ahí, pegado a la baranda, y me permitió atestiguar la magnificencia del gesto del ‘Gabi’, una verdadera locura de gol y un recuerdo feliz en primera fila.

El tercero no fue tan fiel con respecto a la cantidad de gente pero sí al sentimiento e intención mostrados en la tribuna. Después de un lleno total en las localidades por Suramericana 2007 debíamos jugar por Liga al día siguiente; Boyacá Chicó, el rival. En una lateral norte desocupada –en sí un estadio desolado- ‘Moneda’ y los demás líderes de Comandos nos invitaban a todos a unirnos en el mismo sector central de la popular para apaciguar el frío y resonar aún más el canto de cada barra. Recuerdo a mi pareja de aquel entonces muy brava cuando cambié quedarme con ella en casa por ir al Campín. «Los viste ayer», decía. «Y los veré siempre que me sea posible, como hoy», respondí.

Esta última reminiscencia la auspicia la sensación que se ha confirmado durante tantas jornadas sabatinas, dominicales o de cualquier competencia entre semana: la intensidad del aliento del hincha, la buena energía y el deseo de que a todos nos vaya bien y logremos los puntos, la presión al rival por encima del murmullo a los nuestros, y la alegría al ganar por sobre todas las cosas y adversidades no dependerá estrictamente de la cantidad de sillas vendidas; incluso un estadio lleno –sobretodo en las generaciones post 2012- ha tornado las arengas contra nuestros jugadores y la ausencia de presión al contrincante una constante fastidiosa. De ahí que en columnas anteriores se les haya invitado a los viajeros a Brasil para el juego de mañana y a cualquier cancha a olvidar los remoquetes de insultos en los 90 y pico de minutos de partido. De ahí que muchos de nosotros preferimos ahora ser “los mismos de siempre” en lugar de respirar una tribuna reventando de selfies, insultos y manoteadas a los Embajadores.

Carlos Martínez Rojas
@ultrabogotano