Con Cabeza Fría: primer 100%
Era viernes y después de la corredera laboral me senté a escribir para el Magazín que compartimos con los hinchas que van al estadio. En él -analizando lo que llevamos y se viene- hablaba del 50% de los objetivos alcanzado y los augurios sobre el restante. Uno de ellos, capítulo aparte, era el derby capitalino.
Millonarios había hecho la mitad de la tarea después del 3 y baile en el que ofició como visitante; este juego fue muy distinto, con más faltas, un expulsado, con la fiesta azul en gran parte de las tribunas pero un mar de angustias y desazones en el rectángulo mayor. Un gol de párvulos que no nos pueden hacer después de que un juez frene el partido por las bondades o desgracias del fútbol moderno, una oriental que por varios pasajes y sectores retumbó más fuerte que la popular, un capitán errático que desesperó en ambos tiempos y un empate que parecía sellado a fuego, por sus réditos para el visitante por la desventaja numérica en la cancha y los argumentos flojos de un local sin un campo que favoreciera su insignia futbolística.
Pero «la mística de la Gamereta», como lo llamó mi amigo Nando desde España en nuestras reflexiones matutinas, daría vuelco a esa sentencia y nos puso a festejar a rabiar en medio de la lluvia bogotana. Más de la cuenta para muchos, hay que decirlo, porque un «olé» no sé canta con un tanto de ventaja, un césped traicionero y en un clásico. ESTÁ EN LA BIBLIA. Justa y finalmente con cabeza fría se entiende, los ánimos exacerbados por el minuto del gol y la pululación de los llamados «clasiqueros» daba lugar a semejantes mufas. Pero hoy nada más importa, volvimos, seguramente a la costumbre de sentenciar la eliminación del rival de casa.
Se viene la semana de preparar el éxodo feliz a Tunja, con precios que pasaron de $20.000 a $75.000 en un parpadeo de codicia, y en una cancha donde en 2012 garantizamos el punto invisible y en 2017, la clasificación. Qué mejor y maravillosa forma de hacer el periplo que después de vivir un clásico en el estadio después de dos años, un mes y veinte días -ése mismo al que mi mamá fue al Campín por última vez, antes del COVID y volver feliz y dichosa con el golazo y las maromas de su «Danny» contra Jaguares- y salir felices a iniciar labores y clases con la sonrisa más azul de Bogotá y el 100% de la tarea obligatoria de cada Liga: ganarle al hijo cardenal.
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Carlos Martínez Rojas
@ultrabogotano
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