Junior Millonarios 2022

Con cabeza fría: El silencio del amor

Escoger de qué hablar es tan imposible como olvidar. Ya estamos en Bogotá después de una travesía maravillosa y una primera vez en el Roberto Meléndez que se convirtió en un recuerdo de oro. Y la bitácora fue más o menos así:

Escucha aquí la columna.

El vuelo llegó a Barranquilla a las 6:00 PM, 28 grados y un carro que me llevó directo al estadio. Dos cervezas regulares, las primeras que tomé dentro de un estadio de fútbol, y una charla con los hinchas de Junior de occidental altas sobre los cubrimientos, los viajes de ellos a otras ciudades y los reproches por el lamentable suceso con Mayer en Tuluá.

Primer tiempo: sufrir, sufrir, sufrir y sufrir, aunque también con la sensación de que si nos atrevíamos podíamos herir al local. El penal que no fue, la terrible banda izquierda por donde entró todo y de la que fuimos palco VIP, posible lesión de Cuenú, posible lesión de Vanegas y que se levantó por el regaño de Macka, como diciéndole «Si estás tan mal, pide el cambio. Si no, entra de una buena vez que estamos jodidos y ahora con 10». Y un pitazo final que nos permitió respirar y tomar otra cerveza con algo de alivio.

La segunda etapa: cambio de posesión y aquella sensación que se trasladó al césped. Atrevimiento, orden, restos físicos dignos de elogios. Sustituciones acertadas y un triunfo que supo a las mieles más dulces de cualquier panal. Un abrazo orgulloso con mis dos compañeros de viaje, después de aplaudir a Luis Carlos y luego a todo nuestro equipo junto a la hinchada local. Rueda de prensa y mi primera pregunta oficial dirigida a quien minutos antes me miró cuando se sentó en la mesa y, juntos, compartimos una apretada de puños con rabia feliz. Llamar a mi novia desde la pista atlética, tocar con las manos ese pasto magullado después de la batalla, recorrer toda la curva norte para una foto para la posteridad. Grabar la cápsula, volver a levantar los brazos y una visita rápida al banquillo norte, el que hospedó al líder del campeonato.

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Ese banquillo, de grama sintética y sillas cómodas, fue el que me dio la despedida del estadio. Allí donde Alberto Gamero alzó los brazos cuando el VAR corrigió y puso a Bogotá y a mil rincones del globo a gritar. Todos, menos nosotros. Lucho, a mi lado, solamente me daba palmadas disimuladas. Nos miramos en medio de cientos de hinchas locales, y ese grito atragantado que se quería convertir en lágrimas y dicha y júbilo se disfrazó. Y fue el silencio del amor el que lo dijo todo en esta primera vez en el ‘Metro’. 

Carlos Martínez Rojas
@ultrabogotano