Canto de gol: involución
Hay muchas más cosas buenas que malas, afortunadamente. Y no sólo Millonarios volvió a ganarle a Nacional en el Campín por partidos oficiales de Liga, sino que venció al líder del finalización, se encaramó en la tabla y le impidió al rival llenarse de babas y decir que el gol 6000 de su historia lo marcó en Bogotá al campeón del país. Quise empezar por ahí, por el gran aliento del hincha albiazul en el estadio y por lo bueno, que fue la lluvia de papel, los extintores, las bombas, los cantos y la fiesta en la tribuna.
Por desgracia, este tipo de partidos también logra sacar lo peor de las personas. Los odios deportivos silencian y desmienten la frase de que “todo debe quedarse en la cancha y los 90 minutos”, y la rivalidad en el deporte muta de la peor manera, se traslada a las localidades de los estadios y las ciudades, y detona en conatos y estallidos de violencia que parecemos estar a años luz de superar.
En la Liga pasada cuando enfrentamos a América en el Campín tuvimos unos cinco infiltrados alrededor nuestro en el sector donde nos abonamos. Tres de ellos iban con sus familiares azules, acompañados y simplemente tragándose sus ganas de cantarle a su equipo. Otros dos, más vallunos que la chuleta, se ubicaron justo en un rincón junto al vomitorio y, queriendo pasar desapercibidos, aplaudían las canciones sin cantarlas y saltaban sin corear “El que no salta es de la B”. Y en un punto del juego sacaron su “pase” y se intentaron acomodar al ambiente desde la euforia, la paz o la valentía que las drogas podrían darles. La policía fue advertida y ellos, sin violencia, fueron retirados y parecían sentir un inmenso alivio al desalojar la tribuna sin un rasguño y habiendo sufrido un grito de gol en la cara.
Esa esquinita frente a nuestros asientos parece ahora ser del agrado del fanático espía, ya que en la pasada tarde de domingo tuvimos todo el juego a un hincha de Nacional grabando el 80% del primer tiempo y un 50% del segundo, como haciéndose el loco bajo su camiseta de Chelsea y pretendiendo que nadie lo había notado. Un muchacho que, sin embargo, nunca fue violento ni grosero (es más, nunca musitó sonido alguno) y vio todo el juego en paz y con la atención puesta en la bola y las acciones; mientras, seguidores verdes en occidental y oriental eran descubiertos y sacados en medio de botellazos, rollazos de papel, imagino que escupitajos y unos que otros puños y patadas.
No somos victimarios solamente, es claro. Pasa acá y pasa en todos los estadios, así como ocurrió apenas cuatro días atrás en el estadio de Palmaseca. Un joven quien al parecer era hincha Embajador se iba escaleras abajo a punta de puños y patadas de los propios azucareros que, en manada y sin ningún policía o miembro de alguna comisión de seguridad, se iban 10 contra uno a golpearlo con sevicia por osar escabullirse en la tribuna oriental del estadio palmireño a ver fútbol y a su equipo. Cada vez que Millos juega por fuera hay historias por contar de cómo hemos sido cazados, vendidos por las autoridades, esperados en las fronteras o condenados a los sectores más vulnerables de un escenario o una ciudad. Y nos quejamos. Y pedimos protección. Pero acá somos felices persiguiendo al que no tiene una prenda con el escudo del campeón, desatando nuestro alter ego cavernícola y creyendo que defendemos a nuestro Club linchando a una persona que, como muchos lo hemos hecho en otras canchas, ha viajado por amor a su equipo o vive en la ciudad y quiere ver dos tiempos de un partido de fútbol.
Es un cuento de terror que parece nunca acabar. Es sufrir cada partido en el Campín, rogando porque un monedazo, botellazo y cualquier acción con un objeto contundente no alcance el ojo de un rival o un juez, no haya una herida que emane sangre y, grande o pequeña, evidencie una sanción que hace rato podríamos perfectamente merecer. Es tan increíble como estúpido, que en los tiros de esquina o laterales al pie del córner a nuestro favor en el superclásico pasado –y sin que hubiera un rival cercano (que igualmente no lo justificaría) Daniel Ruiz, Daniel Cataño o nuestros laterales vieran lloverles rollos de papel. A menos que un infiltrado se los lanzara (cosa que dudo porque sería torpemente delatado por su acción), desnuda la estupidez y la prehistoria de muchos que comparten con nosotros una camiseta. ¡A ver si predicamos pero también racionamos y aplicamos, pendejos de mierda!
El canto de gol para acompañar esta lectura es ‘Aerials’ de la banda californiana System Of A Down: https://www.youtube.com/watch?v=L-iepu3EtyE
Carlos Martínez Rojas
@ultrabogotano