Canto de gol: guayabo

Guayabo de cervezas, de tragos y de agotamiento por dejarlo todo, absolutamente todo en las tribunas oficiales e improvisadas del Independencia. Pero por supuesto –y sobretodo- de no haber sido capaces de lograr un empate con una nómina más titular que la que sí lo sumó semanas atrás en el todos contra todos.

Guayabo de no sentir correspondidas 22.000 almas que soñaban no sólo con la clasificación anticipada, sino con descansar al igual que los jugadores. Estaba en sus manos volver a Bogotá con un tiquete a la final que les permitiera tener una semana y media de recuperación, la única que tendrían de aquí hasta agosto de pasar a playoffs de Sudamericana. Pero nosotros como hinchas también merecíamos un respiro y tener una celebración y mente fría tranquilas, comiendo maíz pira y viendo con parsimonia el desenlace del otro cuadrangular. Nos encanta sufrir, nos encanta llegar al límite y al riesgo de festejar con delirio o sufrir con inmenso dolor.

Guayabo de no entender qué pasa hoy por la cabeza de Álvaro Montero; por qué en ese primer gol un portero de 2 metros no estira las manos para intentar llegar, cuando todas las cámaras y todos los ángulos muestran y demuestran que el balón le pasó muy cerca; por qué el gardeo en el segundo tanto local, tres minutos después, tiene que ir al centro del área en lugar de haberla sacado al tiro de esquina o, mejor aún, por qué un puñetazo no fue su elección para que el despeje se alejara más de su área; por qué en las únicas dos jugadas de todo el partido en el que se le exige responde tan mal, cuando en otros partidos había sido héroe con balones mucho más complicados. Por qué, cada que viene un llamado a selección, tantos bajones futbolísticos nos afectan antes o después de partidos cometeros.

Guayabo de haber viajado con tantos esfuerzos económicos en medio de gastos de cuadrangulares, viajes internacionales, indumentaria y ahorros programados y anhelados de llegar a una final, para ver ganar a Eduardo Pimentel por partida doble: en la cancha con un equipo que se paró bien, jugó bien y para mí nunca sufrió el partido, ante un rival que nunca se sintió clasificado a pesar de estarlo desde el pitazo inicial; y en las gradas, relamiéndose al haber vendido boletas con 100% de incremento y llenar el estadio con un enamorado e ilusionado hincha azul que le pagó la gana.

Mañana martes volveremos a nuestros trabajos u obligaciones cotidianas, mejor hidratados, mejor descansados y más serenos para sobrellevar nuestros quehaceres, seguro plagados de burlas y fastidios de quienes siempre nos quieren ver caer y disfrutan que Millonarios pierda. Mañana ya será otro día y ya estaré con la mente puesta en el Medellín y en que siempre tiene que haber fe cuando tengamos posibilidades. Pero hoy me permitiré vivir el trago amargo posterior a la fiesta, desahogar la rabia y seguir enredado en la maraña de conjeturas sobre cómo un equipo que elimina a un jodidísimo América cae tan feo contra otro equipo de segunda división.

Hoy no hay canto de gol, hoy sólo quiero el volumen en ceros del televisor y superar esta maluquera digna del hincha Embajador a la que todos ya deberíamos estar acostumbrados, pero que solemos olvidar por la tonta ilusión de quien cree que todo va a ser distinto.

Carlos Martínez Rojas

@ultrabogotano