Canto de gol: manchada hasta la cámara
El año era 1989. La liga se encontraba comandada por Millonarios y se estaba saboreando el tercer tricampeonato. Pero era una época en la que Pablo Escobar y el narcotráfico eran los verdaderos mandatarios del país. Y aunque aquellos maletines con millones y aquellas amenazas hechas a los jueces extranjeros en la Copa Libertadores porque «Nacional gana o todos se mueren» se quedaron en el papel, para Álvaro Ortega fue otro dictamen y otra fatídica realidad.
La fecha: octubre 26. El juego: Medellín-América. Un gol anulado por el juez Ortega al ex ariete azul Carlos Castro le significaría su sentencia de muerte. En ese momento el presidente de la Dimayor era Alex Gorayeb, quien anunciaba que por unanimidad la Asamblea Extraordinaria había decidido declarar cancelada la liga y nulo el campeón. Millonarios llevaba 11 puntos de ventaja al Unión Magdalena, lo que quedó en una somera anécdota porque la vida solía valer más que un «siga, siga» o una estrella para los dirigentes del fútbol colombiano.
Eran otros tiempos, cuando la televisión no mandaba por encima de los seres humanos y el dinero aún no comandaba por completo los hilos de los torneos. Eran tiempos en los que los máximos patrocinadores de la Liga no eran casas de apuestas atestiguando, entre otras, goleadas insospechadas y a la vez sospechosas, resignaciones en las defensas y remontadas épicas pero extrañas, competiciones de 11 contra 7 cuando una pandemia dejaba sin capital humano a un equipo, y claro, pautas publicitarias de tropecientas posibilidades que tienen las personas para apostar su dinero a amonestaciones, número de goles, derrotas y victorias al ritmo de la pelota escupida y rodante, porque «El verdadero juego supera al partido».
Mientras se disputaba América – Nacional se daba a conocer el homicidio del presidente de Tigres, equipo de la segunda división, y los sucesos de sicariato que lo precedieron. Edgar Páez, interceptado por motociclistas y baleado en frente de su hija, fue una nueva víctima de la violencia que al igual que en muchas partes del país se pavonea en Bogotá. El fútbol volvió a untarse de rojo sangre y los móviles son aún competencia e investigación de las autoridades -a pesar de las sospechas que se susurran entre periodistas y conocedores del contexto-. Pero no estamos en 1989. Así un asesino con camiseta de Nacional pisara con sevicia la cabeza de un hincha de Santa Fe en plena tribuna norte del Campín y bajo los reflectores de Win Sports+, así un ex jugador de América haya sido baleado y haya querido salvaguardar su vida por encima de su contrato, o así un presidente de un club afiliado a la Dimayor haya sido acribillado después de un partido profesional, el año es 2023 y el show debe continuar. Por ello ni Eduardo Luis López ni Carlos Antonio Vélez musitaron información alguna sobre el crimen, mientras el marcador en el Pascual corría hasta llegar a un 4-1. Los «domicilios» eran más importantes que la realidad violenta que nuevamente enlodaba al FPC.
Los nombres no importan. La vida es vida y debería ser sagrada y protegida, así como se hizo “en pro de la integridad de los jueces y futbolistas” cuando la tormenta eléctrica impidió el inicio del juego que Millonarios ganó esta mañana en Envigado. Pero no puedo evitar preguntarme y preguntarles a los lectores qué habría pasado si la víctima hubiera sido Eduardo Méndez, Tulio Gómez, Enrique Camacho, Mauricio Navarro, Fuad Char o Alejandro Arteta. ¿El lazo negro de las mangas habría sido más grande? ¿Se habría detenido el fútbol al menos una fecha? ¿Las casas de apuestas habrían cedido los millones que mueven y con los que motivan la ludopatía y la sangre? Por lo pronto, la pelota ya quedó manchada hasta la cámara y, vomitando descaro, seguirá rebotando.
El canto de gol para acompañar esta lectura es ‘Aquí No Hay Héroes’ de la banda bogotana La Severa Matacera: https://www.youtube.com/watch?v=6c6j2NIgWto
Carlos Martínez Rojas
@ultrabogotano