El día después: dos momentos más
No hay que llamarse a ningún engaño. Me gusta la valentía: vivo en ella todos los días y es capaz de regalarme un poco más de brutal honestidad. Ayer, en Barranquilla, Millonarios hizo todo lo que estaba para hacerse mal. Pero por eso no vamos a perder la cabeza.
Fueron lindos momentos en el empate, en la postrimería del partido. Ese bar lleno de gente extraña se regocijó en el júbilo que otorga la suerte. Esas personas que no se conocen se fundieron en el abrazo que Jader nos regaló. Pero ellos también fueron conscientes, durante más de 85 minutos, que jugábamos como el asco. Mientras fluían ríos de cerveza y nachos con queso y pico de gallo, todos se pusieron de mal genio con Wilmar Roldán, el que no permitió por la soberbia de no necesitar VAR, o porque le gusta ver correr el balón y dijo “siga, siga”, que al menos un jugador de ellos fuera expulsado por doble amarilla. Doliente: nunca culpable.
También se nos parece olvidar que ya tuvimos suerte y salimos airosos en dos oportunidades. Que Daniel nos regaló un penal de la nada, ante Bucaramanga, y que en Medellín, hace unos pocos días atrás, la sacamos barata ante el ímpetu del rival que salió no solo oliendo sangre, sino destilando angustia por la búsqueda del resultado.
En primera persona: al término del partido en Barranquilla, hablé con un jugador que hoy es bastante señalado por la parcial embajadora. Sabe que la cagó con esmero. Sin embargo, también traté de regalarle una palabra de ánimo, esa y ese que tanto necesitamos a diario. Le compartí un pedacito de escrito sagrado que me sirve para tener fortaleza en la adversidad. Le dije que en nuestras manos todo está por hacer. Que todos los días tenemos la oportunidad para cambiar. Que hoy salió el sol. Que mañana pasará igual. Que habrá frío, pero si hay una cobija y un café, o una perspectiva diaria que nos motive, todo estará bien.
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No podemos sobrevivir cuando nos domina la ansiedad diaria y el desasosiego que emana del alba. Más bien, deberíamos levantarnos todos los días abrigados y amparados en la esperanza de saber que hay dos partidos, dos oportunidades, dos momentos más como locales. Ahí, a la vuelta de la esquina, a una cuadra de distancia. En las próximas noches se volverá a revelar lo que no tenemos, jerarquía y recambio. En el porvenir se pulirá lo que nos sobra, ganas de hacer las cosas posibles mediante el orden que ayer descaminamos. Pero todos juntos, en tándem. Nunca solos. Un equipo de fútbol juega unido. Siempre.
Esa espiga vestida con nuestra armadura sagrada, otra vez en primera persona y lo escribo con verdad porque lo puedo probar, me subrayó “muchas gracias por el apoyo, una noche para el olvido”. De nada, compañero. Es un placer recordar y recordarme que siempre, dependiendo de la intensidad en la búsqueda, necesitamos la palabra adecuada para seguir anhelando en el aturdimiento de la multitud, esa complicidad para saber en qué fallamos. Para estar al corriente que en varios días, más adelante, tendremos todo para llegar a la primera parte de la conclusión del sumario.
No crean en el resultado: crean en el proceso. Yo elegí eso. Un poco más de paciencia, por favor.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco
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