El día después: somos todos juntos
Es un lunes diferente. Festivo. Frío bogotano impecable, implacable. Nos hemos levantado finalistas. Todavía podemos seguir adelante.
En el aire quedó el bochorno de la pelea. Pareció una refriega de la Libertadores. Fue una invitación a los puños porque un niño, como Márquez, creyó correcto calentar la fría tarde restregando una victoria. Lección aprendida: alguna vez te fuiste al descenso y nadie te fustigó con intensidad, Ricardo. Te perdonamos: eres joven, un niñato suplente con hambre de protagonismo que debe ganarse en el terreno de juego.
Ese ambiente caliente ya había empezado en Barranquilla cuando Sambueza afirmó “son un equipo con suerte”. Así es, flaco desgarbado ex santafereño: la fortuna también juega. Guarda silencio por un tiempo, estimado futbolista. Tómate tiempo para construir tu casa en el lote regalado, pobre niño rico consentido por Papá Char. Si es mucho esfuerzo, que otro lo haga por ti para que tengas tiempo de verano en las playas de Puerto Colombia, o regálate un momento de sosiego en Brickell. Otros necesitamos volver abrir la cerradura de la gloria. Con bofetones, palabras vacías y muchísimo dinero, el lenguaje de la victoria no siempre se escribe con dólares. ¿Eran tan buenos? ¿Por qué no pudieron anotar un gol con un jugador adicional? ¿Jugamos un tercer partido de semifinales?
Ahora, nuestra vereda. Un equipo: nuestra idiosincrasia. Me incluyo porque, a pesar de no creer en un principio, el tiempo se acomoda misteriosamente en los designios de la lógica personal. Empiezo por la cabeza deportiva. Alberto Gamero no es mi favorito como entrenador, pero ahí está el trabajo arduo del convencimiento pleno, así como su nitidez terca que raya con el método de la constancia, del esfuerzo. Esa es la victoria de él sobre mí: mi inexperiencia me obliga entender otras lógicas ganadoras. Pasará un tiempo para procesar cómo hemos llegado hasta aquí. Mientras tanto, gracias por la lección.
En esa mixtura de situaciones, llega el talento. Uno pulido con anterioridad, otro trabajado con dedicación. La insistencia con Fernando Uribe no fue en vano. Acomodar a Chicho no fue tarea fácil. Macalister, arengas, experiencia y juego. Vargas, el arquero silencioso, masticó toda la presión porque su pasado no perdona. El fútbol base, ausente o no, regala satisfacción. Y ahí en el punto más alto de una bella camada propia está Stiven Vega, quien es el futuro que debe disfrutarse en presente.
Sin excepción, ellos son artífices de una nueva posibilidad de estrella. Nadie se perdió el duchazo con los protagonistas. Ni Don Gustavo, quien estuvo aquí en medio de este caos sanitario.
Esta nueva final es la sombra de Don Alfredo Di Stéfano que todavía nos cobija: “ningún jugador es tan bueno como todos juntos”. Él es la conjunción de todos nuestros tiempos gramaticales.
Somos todos juntos.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco