El día después: el significado de la obsesión
Estoy seguro que los que escribimos sobre el clásico capitalino 117 tuvimos que borrar y empezar de nuevo. Debimos rehacer las palabras porque, después del penal que convirtió Márquez, pensamos que sería apenas un punto. Volveríamos a marcar en el calendario otra noche más sin ganarle a Santa Fe, un asunto ya convertido en una extraña fijación. Es una natural obsesión ganar el verdadero clásico del fútbol colombiano.
John Alexander Ospina (horrible, que dejó jugar gratis a Palacios, Rentería y Pico) no paró el reloj en ningún momento del sexto minuto de reposición. Dejó que la jugada continuara. Permitió que expiraran los segundos porque había acción en movimiento. Llegó el cabezazo del hombre de los chispazos; de aquel que nos guste o no, ejerce influencia en el juego. Bien por él porque estamos hablando de Mackalister Silva, ese que gritó “¡qué bacano es llorar de alegría!”
Si Gamero ya estaba lapidado por la hinchada que entendió desesperación en sus cambios, entre Chicho y Uribe fueron a mecerlo con violencia en el césped sintético que colinda con el natural, apenas terminó el partido. Muchos jugadores, como Llinás, se fundieron en un abrazo con él. Hasta dejó que el ‘Salvaje’ Rojas celebrara como “uno di noi” y regalara una pizca de provocación hacia el rival. En el momento que se cansó del show, le mostró la salida a su asistente, a trompillones. Hasta ese momento Gamero tomo conciencia que su equipo, su idea, su terquedad, su genialidad en el caos, había triunfado un domingo en la noche. Él es tan obsesivo como nosotros.
No es un espejismo sino una confirmación: victoria ante un equipo clasificado al playoff. ¡Chao, sambenito! Seguramente el ‘profe’ sintió lo mismo que explicó Pelé en su documental, hecho a la medida, de Netflix: que “ganar es un alivio”.
Las fotos posteriores. Los vídeos de provocación mencionando los “hijos”. Las transmisiones por Instagram. Las camisetas de Román (que festejó con un sonoro madrazo de cuatro segundos) y Guarín (recluido entre sus pensamientos y caballos, que optó por escribir “MUCHAS GRACIAS FAMILIA, LOS QUIERO CON COJONES”) fueron exhibidas. El 6 y el 13 no serán olvidados. Los chicos del fútbol base cantaron como hinchas en el camerino y Jáder, la figura de seis puntos, cuyo nombre es influenciado por una piedra preciosa, compartió transmisión en vivo con Chicho y Harrinson. Todos ellos son familia.
Anoche todos nos unimos, en la distancia, para festejar otra victoria única. Anhelamos cada paso que nos conduciría al abrazo con nuestros amigos, bajando las escaleras del estadio con rumbo a una lata de cerveza porque la garganta quedó seca de tanto gritar. Quisimos volver imaginar cómo se vive, de nuevo, una victoria agónica, con tinte épico, con la gente, con los más cercanos a nuestro corazón. Anoche aprendimos a extrañarnos otra vez.
Esta es la quintaesencia de un clásico de fútbol, amigos y amigas: es la permanente obsesión por ganarles siempre.
Me cuentan que llegó una carta desde la administración del edificio quejándose por el “excesivo volumen y gritería en la noche del pasado domingo”.
Hay que entenderlos: seguramente son santafereños.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco