El día después: terrible, oremos.
Hagan cuentas y cálculos, todos los que quieran. Sean firmes en la esperanza que algún día volveremos a ganar. Tranquilos que solo con un partido ganado en Liga tenemos ilusión para llegar a los ocho de las finales. Debemos creer en las palabras de otros: “estamos jugando bien y merecimos más”. Roguemos todos juntos para que este equipo deje de pensar en hacer el tercer gol cuando apenas estamos celebrando el primero. Por favor: ¡dejemos de ser tan virginales, el barco va en rumbo adecuado!
Debemos convencernos que el fútbol es esfuerzo y no merecimiento: según Alberto Gamero, no debemos bajar los brazos, ¡aleluya! Que “el equipo no puede salir tan golpeado porque quisimos ganar el partido, pero vi un equipo con deseos de ganar, que el equipo intentaba, que tuvimos opciones”. Repitió tanto la palabra “equipo” que es la hora, con el perdón de los feligreses, que sigo sin entender dónde está el equipo. Que el conjunto, la sumatoria de las partes, estuvo confeccionado con un gran porcentaje del fútbol base: ¡un amén, hermanos! ¿Quién no prefiere quemar cartuchos con niños en proceso de aprendizaje? ¡Yo quiero! Pero lo que no deseo es que los pongan como solución y terminen siendo un problema, como Jorge Rengifo, que apenas vio acción por 22 minutos. Pecado. Esos son los misterios de la fe, estimados.
Once Caldas, esa blanca paloma, hasta ahora vino a trabajar en alto rendimiento, en el regreso del fútbol pandémico. En gracia de la religión de la pelota, su espíritu estuvo impregnado del halo victorioso: dejó que Juan Camilo Salazar marcara un gol de tas-tas para leer la biblia del partido. Después de eso y en tiempo lineal, solo debió ojear el evangelio de la efectividad durante 14 minutos, que es el período de diferencia entre el 1-1 y el 1-3. Se entregaron a la divina providencia de la confianza, fueron glorificados y santiguados. Amén por ellos. Amén por el fútbol que no perdona, el fútbol de resultado, en contravía del fútbol espejismo que Millonarios practica con alta frecuencia: ese fútbol donde el azul tuvo el 58% del balón al terminar el primer tiempo, pero apenas el 49% al finalizar el segundo. El ADN embajador es ganar, no merecer ganar.
Tenemos enigmas para descifrar. El primero de ellos: ¿a qué juega Millonarios? Pienso en el 1-2 contra Pasto y en la derrota 4-1 como visitantes en Jaraguay. ¿Ese es el estilo? Deberíamos pensar como John Duque, parafraseando al 2011, que esto “es un proceso”. Ese es el primer estigma revelado: jugamos, tenemos, intentamos y todavía no merecemos porque no hay victoria. Segundo misterio: si estamos entregados al fútbol base porque no tenemos dinero para contratar jugadores hechos y derechos, ¿cuál es el miedo de alinearlos en un estadio vacío, que no tiene murmullo y que carece de emoción? En otras palabras manifiestas en boca del capitán, “nos hace falta tener tranquilidad y cabeza fría”.
La matemática aguanta todo. No estamos eliminados. Reniego de la liguilla de eliminados. Con juveniles o veteranos, no veo claramente el nuevo punto de partida del equipo del eterno proceso. Me hablaron constantemente de motivación, empeño y ganas durante esos seis meses de confinamiento. Hoy no encuentro eso. Solo palabras desocupadas: “para levantarse hay que caerse, la vida es recibir golpes fuertes, nos ha faltado suerte, la puntadita, no podemos bajar los brazos”. Y esta última frase nos condena: “hay que saber levantarse con mucha fe”.
Con el dogma no se discute. No estamos bendecidos y la fortuna no nos mira de frente. Recemos todos juntos porque hay que ganarle a Santa Fe. Terrible todo. Oremos.
Leandro J. Melo C.
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