El día después: si eso te hace feliz
Es arquitecto de profesión y ahora cocinero. Le aprendió al papá, un magnífico ser humano. Mi trabajo real consiste en vender alimentos congelados o frescos. Hace años, yo los entregaba en una camioneta refrigerada. Pero antes de ir a ese clásico restaurante, llamaba a preguntar qué necesitaban. Nunca llegué sin indagar, excepto una vez cuando le entregué un poquito más de lo solicitado. Él me miró con cara de asombro. “¿Por qué me trajo más de lo que ordené?” Le dije “porque sé que esta noche le irá muy bien”. Y lo que vino fue una frase para todo el resto de mi vida: “si eso te hace feliz, Leandro…” Al siguiente día, pidió más producto y después me confesó que la noche anterior no quedó ni el recuerdo de mi mejor joya en venta.
¿De qué me acuerdo de lo que pasó anoche?
Llinás fue el vivo recuerdo alegre saliendo desde atrás, el De Los Santos en presente. Montero salvó un gol olímpico en la raya. Millonarios se protegió de la roja del guajiro porque un miope en el VAR no vio la mano fuera del área. El puntazo de Macka, en el minuto 85, fue la esperanza perdida, igual que el tiempo quemado por Mier en franca lid y con rezago de tarjeta amarilla en el final. Hoy recordamos que todo empieza por la cabeza, sí, la directiva, acéfala, perdida en su nebulosa de falsa y rimbombante opulencia quinquenal: y de ahí, para abajo. Que Olivera nos amargó y fue el mejor de la noche. Nacional con un nueve metió miedo para jugar frontal, directo, sin transición. Y así terminaron de joder los circuitos de una calculadora que , al final, explotó.
Para mi, es más fácil intentar tener placer con estas mínimas cositas: escuchar «Block rocking beats» de Chemical Brothers a las 6:13 AM con volumen normal y bailar al mismo tiempo en la cocina mientras extiendo la ropa mojada; tomar aromática inglesa de jengibre con limón; leer un libro que ahora me corta el alma con la precisión de un samurái japonés; volver a dejar mi aroma a mis propias cosas; tener conversaciones muy privadas con personas muy insospechadas. Y, sobre todo, me siento dichoso por dejar de asistir a los partidos con Atlético Nacional, allá y acá, sin importar el resultado, porque anoche fue más importante estar disponible para la sangre propia antes que asistir a la tribuna que clama, en nombre de la enemistad, verla chispeante en el rectángulo verde de El Campín. A ver: tampoco los dejaré de ver, o si no, ¿sobre qué escribiría para estas fechas del fixture?
También te puede interesar: Con cabeza fría: herencia de dolor, del profe Carlos.
Hay un libro que todavía no he leído, que se titula «Ser feliz era esto«, de mi sensei de fútbol y letras llamado Eduardo Sacheri: lo pediré con prontitud a mi librero virtual. ¿Tener bienestar será todo lo anterior y muchas cosas más íntimas? Lo averiguaremos. Espero que ustedes, en las victorias, en las derrotas o en los empates de Millonarios, si eso les define el estado de ánimo, sepan qué anhelan. De eso se trata el juego del hincha y me lo recordaron hace poco: aunque no debería importar el resultado, al final sobrevivimos por la pasión. Yo creo que ser fanático es aprender, a las malas, a no desesperarse y que el fútbol no solo son 22 y suplentes, árbitros, pelotica, arcos, cancha y muñecos: es la lucha diaria por lo que uno no tiene, lo que uno sí quiere y rara vez obtiene. Parafraseando a Eduardo Galeano, hoy nosotros «(…) somos el sangrado de cada seis meses«. Y desde anoche empecé a vivir en esta otra frase de Elena Poniatowska: «El éxito es un ratito. Uno nunca consigue nada«.
Al fin y al cabo, ser oportuno es darse cuenta de todo, sin excepción, como que el odio es la gasolina que mueve al mundo y que el cariño, su extintor natural. Ojalá hayan llegado bien a su casa, porque después del desastre, las otras cosas y personas nunca tendrán la culpa. Lo que nos sirva y nos haga felices.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco
Pingback : Con cabeza fría: herencia de dolor – Mundo Millos