El día después, número 14
Miguel Ángel Bastenier, periodista fallecido el año pasado y maestro de periodistas de la Escuela de Periodismo del diario El País (España) escribió una reflexión respecto del fútbol que todavía resuena para explicar el partido de Copa Sudamericana de anoche: “el fútbol es la continuación de la guerra por otros medios”.
Esta frase sirve para explicar todo lo que sucedió antes, durante y después de un partido que debió postergarse durante 42 años en Colombia. Una oportunidad linda, histórica, porque una o dos generaciones pudieron presenciar 90 minutos de un partido que debió ser un poco más ameno.
La presión de Santa Fe, asfixiante, no dejó que Millonarios pudiera desplegar el fútbol mostrado en fechas anteriores. El tridente del medio campo cardenal no dejó que Marrugo pensara, que Carrillo fuera sacrificado en posibilidad de ataque; el destacado, Carachito Domínguez, jugó con la experiencia de un perro de presa que sabe cuándo pegar, cuándo atacar. La permanente rotación de Barreto, Hauche y Ayron en el frente de ataque no pudo hacer el daño necesario. En una pelota que pierde el defensa cardenal dejó mano a mano a Barreto contra Rufay Zapata: “¡era picarla”, se decía en la tribuna. Parecía sencillo pero fue imposible. Dos escaramuzas más durante todo el partido y ya está.
El partido pasó al roce frecuente, a las faltas necesarias, a las que no modifican la idea de juego. Fue una guerra, literal, que dejó varias tarjetas amarillas (Cadavid tuvo una y la supo manejar durante todo el tiempo de juego), incluso una tarjeta roja por acumulación de cartones para Carrillo. El empate parece inteligente por esa situación, pero faltó un poco más de juego, de mística. Todo quedará para el siguiente round, el final, que debe ser el ataque mortífero, el puñetazo encima de la mesa.
Así como la batalla se libró dentro de la grama, antes del partido llegaron demasiados reportes de amenazas. Parece que el folclor del fútbol se confunde o tiene una línea delgada con la agresión constante por redes sociales. Incluso nos levantamos con noticias de heridos por arma blanca en inmediaciones del estadio. Mil policías no fueron suficientes para contrarrestar estos sucesos y es lamentable para ambas hinchadas: si les ponen cinco mil, tampoco. Bogotá ha trabajado fuertemente para que estos hinchas se sienten a dialogar sus diferencias. Nadie hace entrar en razón a quienes son violentos, a delincuentes, y mucho menos pasará cuando quienes no hacen parte de estos grupos, legitiman estos actos escudados en el “esto es la copa, papá”, “ellos empezaron primero” y demás excusas planteadas.
Avalancha o no en el entretiempo, “¡cante hijueputa!” o no, recordamos claramente esas frases espetadas: “no hay que darle de comer al periodismo”. Estos últimos actores, tan claramente rápidos para mostrar las cosas malas, son los últimos involucrados en esta cadena de sucesos. Con la inmediatez del internet, la información se produce en segundos y es replicada en otros minutos más. El periodismo no tiene la culpa de los enfrentamientos de unos con otros y no está formado para callar ningún acontecimiento, pero muchos, con el afán, carecen de tratamiento de esos sucesos. Informar, en escuelas de periodismo, es “dar forma”. Colgar muñecos con una camiseta de un equipo de fútbol, seguido de una frase intimidatoria hacia el rival, es tan noticioso como una puñalada a menos de cinco cuadras del estadio. Por favor, dejen de darle motivos al señor encargado de sancionar hinchas en esta ciudad: de seguir así, todos, violentos o no, se quedarán sin fútbol por un largo tiempo.
Fue una guerra. Falta la revancha, falló el fútbol y sobró violencia.
Próxima parada, contra el líder Once Caldas. Más oportunidades para despegar realmente en la Liga: las ocasiones se agotan.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco