El Día Después: Lo que nunca vamos a olvidar
Las historias que contamos siempre tienen una inflexión específica, sean tristes o alegres. En ellas hay tono, cariz, tiempo, intención. En la angustia de la ficción hay cosas que se olvidan y vuelven al presente cuando las repetimos. Cuando es un buen relato, siempre queremos existir ahí.
Si en algún momento se acaban los adjetivos para describir a Millonarios este semestre, recuerden al periodista que se olvidó en rueda de prensa de la función del oficio y le regaló a Don Alberto y a Daniel Cataño unas palabras de reconocimiento y memoria: “gracias por el buen fútbol” le dijo al técnico; “no olviden que condenaron a Jesús”, le dijo al volante de creación. Es una ilusión muy grande: ellos nos tienen en un estado de conmoción bastante profundo. Paseamos orondos ante los amigos y conocidos después de cada fecha. Sacamos pecho, porque el presente dulce nos sigue animando luego de un pasado reciente que fue doloroso. Con este día a día que invita a la levitación, esperamos el adecuado desenlace. Ustedes saben cuál es.
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Queda bastante injusto sacar figura al niño Gómez, el chico de la polémica enfermiza por un sobrenombre, quien, con un zapatazo de gol y otra definición de ariete de mil batallas, dejó el cierre con perfecto moñito en Tuluá. Es feo dejar por fuera del podio a Daniel Ruiz, luego de su remate al ángulo cerca de la línea del área, con escasos once segundos de iniciado el partido. Es horrible dejar de señalar a Juan Pablo Vargas que gracias a ese pase de diez periférico, supo dónde estaba el lugar y el instante preciso para erigir como el mejor de la tarde al chico moreno de las piernas largas y la zancada mágica.
Se quedan por fuera más de diez jugadores que lucharon, se confundieron por pasajes y se volvieron a reorganizar en pos de dos cambios funcionales: Gamero, tiempo después impávido ante la anotación del ‘ruco’, supo dónde y cómo afinar rápidamente un equipo que, según parece, ya le perdió el miedo al mismo juego. Entre Dewar Victoria y el ocho ex Tolima volvieron a tomar la batuta del medio campo, esa que se había perdido por algunos instantes. Millonarios es una escuadra que está confiada en el método, que dejó de temerse a sí misma y se convenció que ahora todo es posible. No hay altivez ni egocentrismo: esto es producto del compromiso grupal y del buen toque con sentido.
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Ante Cortuluá, club aguerrido con intención de ataque y quien nos desnudó con poca fortuna, escribimos otro capítulo de nuestra mejor fábula, una que merece un final feliz o no. Debemos aguardar con paciencia la resolución de esa incógnita que se presenta ante nuestros ojos. Mientras tanto, hay que disfrutar del camino que otros construyen todos los días para que nosotros seamos felices. La ilusión se asfalta con los mismos pasos firmes contenidos en el tranco del ‘Diablito’. Esta es una historia que nunca vamos a olvidar.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco
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