El día después: la dictadura del resultado
Antes del partido, Independiente Medellín vivía horas aciagas y oscuras. En el Polideportivo Sur de Envigado, los hinchas se manifestaron con una pancarta que decía “convirtieron el Atanasio en un cementerio, ¡muertos!” Días anteriores, o después, eso no importa, lanzaron jeringas con sangre, o Frutiño de mora, tampoco interesa, protestando simbólicamente porque esa hinchada si tiene líquido por las venas. Anoche, en el costado norte, hubo otra pequeña bandera que rezaba “no huevo$, no party”. Al final, hubo una navaja lanzada desde la tribuna: de eso, que se encargue DIMAYOR.
La noche para ellos cerró con derrota y Millonarios ganó allá después de once años. En esa lejana victoria de 2008, Aldo Bobadilla era el portero titular. Anoche, el paraguayo dirigía el equipo popular y manifestó que, ojo, fue el mejor partido disputado desde que está al frente de dicha escuadra. Allá ellos.
Medellín fue un hueso duro para ruñir. Contar o no que Millonarios recibe un gol casi por partido, de forma sistemática, no es importante cuando la dictadura del resultado es la ley imperante. El remate de Juan David Pérez, en el primer tiempo, y su alegría por anotar, haciendo una seña de una eme, contrasta con sus pucheros al salir en el segundo tiempo: Pinto, cansado de sus desatenciones defensivas (lo siento muchachos, para él todos tienen que defender), lo mandó a descansar.
Las dos caras que nos muestra permanentemente Millonarios son la impronta de este torneo: una actitud en el primer tiempo, otra dinámica en el segundo. Payares, silencioso, trabajó junto a Rambal para contener las pelotas filtradas desde la mitad. Román y Banguero, atados a la figura defensiva, nunca salieron de sus puestos. En el medio campo, Jaramillo y Duque, en la labor pretendida, con altibajos. Macalister más Pérez más Hansel pretendiendo abrir la cancha. Ortiz, solitario, cabalgó por el frente de ataque y cuando el balón no llegó, fue a buscarlo siendo el pivote original: sensato, buscó a sus compañeros y repartió juego, haciendo descontrolar la defensa local con sus desmarques.
Medellín, perdiendo, también nos hizo daño. Un remate a las manos de Faríñez, de discreto trabajo, además de dos palos que, cuentan, siguen retumbando en el Atanasio. Bobadilla mandó tres delanteros para jugar con la pelota cruzada, esa que tanto dolor de cabeza nos produjo. Con línea de cinco, Millonarios esperó desde el primer minuto del segundo tiempo y todo salía a pedir de boca, controlando, hasta que llegó una genialidad de Ricaurte para volver a sacudir la defensa y Cano, cuándo no, volvió a marcarnos un gol.
Jugamos con el desespero del rival y eso merece una felicitación. Aun con el empate, Millonarios no se desesperó y, como todos los minutos tienen 60 segundos, en el contragolpe encontró la respuesta al estado de ánimo del Medellín. González Lasso cabalgó más de 40 metros, eludió un defensa y a puro lomo sostuvo al segundo para vencer a David González. Justo antes que expirara el partido, el triunfo llegó, una década y monedas después.
Los cambios, los jugadores, el sistema: todo palidece con el resultado. Si hubiéramos perdido, si nos hubieran remontado, incluso con el empate, otro sería el cantar. Hoy estamos con suficientes puntos y ya. ¿Quién se cree capaz de criticar ganando? ¿Qué tenemos para reclamar si los cambios, esta vez, salieron perfectos? ¿Para qué indagar si lo hacen mal o bien, cuando somos el mejor equipo de la Liga y el tercero mejor del torneo?
Mejor hagamos silencio, es más saludable no criticar: no sea que despertemos las bestias hambrientas que les encanta cobrar el pagaré de la victoria.
Próxima parada: recibimos al líder Alianza Petrolera, el jueves en la noche. Partidazo.
Leandro J. Melo C.
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