El día después: esto es lo que hay
Esa cita infaltable, impostergable, esperada, de fiebre de sábado por la noche, no salió como esperábamos. Seguramente, mientras teníamos nuestra pareja al frente, en esa cena con inicio puntual de las 8:14 PM, nos dimos cuenta en un momento que teníamos un tedioso residuo de cilantro verde en la mitad de los dientes. Desinflados, asumimos terminar la velada porque pase lo que pase, la decencia, siempre.
Tenemos una sonrisa bonita, entendido lo anterior como el estilo del juego. No era complicado: les mostramos la dentadura con la presión alta, esa que hizo ganar al equipo el semestre pasado en el Atanasio Girardot. Exigidos por la presión del gol, de una hinchada estricta que necesita ganar todas las semanas, desbordamos en profundidad, pero nos faltó el enjuague bucal de la definición. Dos veces, en los momentos culmen del partido, pasamos a señalar la mueca de la decepción.
Los conjuntos de fútbol son estados de ánimo y también la armazón de sus talentos. Es muy difícil buscar alta competencia cuando ellos tienen vasto recambio: no es lo mismo el flaco Moreno, o Dorlan, el agitador, que Jader, el talismán, o Sosa, el jugador “que la rompe en los entrenamientos”. Algún día ellos entenderán que para un vasto sector de la hinchada este partido es el que quieren festejar en su silla, abrazados con sus amigos, sin miedo al Omicron.
Adolecemos no tanto de la magia, sustentada en el patrón de juego, sino de ese carácter adicional, esa pizca de revolución extraviada en el pasado. Necesitamos con urgencia rebeldía, tesón, insubordinación. Es probable que nos alcance para entrar al cuadrangular del punto invisible. ¿Algo más? Eso es futurología.
Para lástima, decepción y confirmación, esto es lo que tenemos. Hicimos o hicieron la promesa de alentar a los jugadores y cuerpo técnico, de apoyar a quienes visten esa camiseta, que la sudan y transpiran con respeto. Culpables o no, este bloque de jugadores es el resultado de la proyección financiera de un puñado de personas felices con los campeonatos del balance entre cuentas débito y crédito. De esos que copan palcos para beber líquidos misteriosos en pequeñas copitas plásticas. De los miedosos que hacen roscas en pleno desafío contra aquel en desacuerdo.
Los únicos que pelan dientes y colmillos con satisfacción, orondos, son ellos. A nosotros nos puede morder el tigre.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco