El Día Después: en el jardín de la eterna primavera
Llegó un rato de alegría y justo en el partido contra Atlético Nacional: al enemigo hay que nombrarlo al menos por respeto. El ensueño, así no marcaran goles, fueron esos 33 primeros minutos con cuatro opciones de gol. Luego, regulación y canchereada respetuosa paseando la casa de ellos, llena de humo de extintor.
El primer gol nos ayudó a repasar, en el regocijo, cositas pendientes de la semana. Adiós Sosa. Hola Cataño y sus primeros quince minuticos de fama en el Atanasio. Desechado el primero. Bienvenido el segundo. Uno no hizo nada. El otro al menos trae consigo una mochila con cinco años más de experiencia en la cédula y en la cancha. Creemos en la novedad. Olvidamos la antigüedad. Aquel que no pudo demostrar, ahora irá a otra parte para hacerlo. Sí se quedó Daniel, el futuro padre, quien definió ayudado con la exquisitez en el pase taconeado al costado de Luis Carlos, malabarista del área.
Por otro lado, el cabezazo y gol del ariete en el segundo tiempo ayudó a olvidar otro asuntico. Las camisetas retro marca propia del club son lindas. Preciosas. En serio. Sin embargo, que sean bellas no significa que las quiera. Acá me identifico con Mario Vanemerak. Él marcó que hay una exagerada promoción de una prenda que significó el mejor chisme coctelero de Azul y Blanco, ese que rezó que el club debía devolver estrellas alcanzadas. A pesar que ya no importa quién escupió el libro de nuestra historia, jamás olviden que con una de esas prendas salimos campeones. Esos mismos genios del mercadeo y la desconexión, recrearon similar pedazo de tela sustentados en el abolengo del que reniegan con frecuencia. Soy soldado de Mario. Que me traicione la pasión si siento tanto como él con Millonarios y que me condenen por pensar lo mismo: esa gente rara «me hace reír».
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Y el corolario. Felipe Román. El tema de la bandera para él quedó sepultado. Ese morocho bogotano ya se fue luego de seis años. Ahora hace parte del verde maligno. Lo arroparán como uno de ellos. Será verdolaga. Aprenderá el pregón, gozará con la Feria de las Flores, se tomará una foto en el Pueblito Paisa y con Pipe en algún paravalanchas. Es su vida. Son sus piernas. Es su sentir recuperado. El Maestro Gabo tuvo razón cuando dijo que «el corazón tiene más cuartos que un hotel de putas». Antes estaba pintado de azul. Ahora tiene un color derivado del nuestro. Algún día sabremos las razones para dejarlo ir y otra más importante: por qué él no quiso renovar. Dejamos muchas cosas por sentadas. Con frecuencia miramos el piso y no entendemos qué cimientos hay debajo de él.
Mientras tanto, nosotros. Ese palo de Ruiz, el delantero, ayudó para reparar un poco las magulladuras del orgullo propio y proporcionó optimismo en medio de esta compleja situación. Ahora el dolor es menos insoportable por este buen espejismo en Medellín. Esos diseños de camisetas del pasado lejano nos recuerdan lo que fuimos y lo que anhelamos volver a ser, como ayer en la noche. El proceso nos regaló una noche de sosiego. Cuando supimos que ese muchacho estampó su firma con el mal el viernes pasado, no sabíamos que hoy, un día después, lo veríamos chupando banca con sonrisita socarrona en la previa. Y tampoco intuimos que esos hinchas abandonarían cuando faltaban quince minutos para terminar el partido.
Esta victoria no espanta cosas profundas que todavía pasan con el equipo, como ese descuento local al final, pero cómo ayuda para seguir haciendo de nuestra fe, la mejor herramienta para contener la ilusión. Toca despegar. Como sea. Millonarios paseó por la mitad del jardín de la eterna primavera.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco
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