El día después: el partido que perdimos
“La policía pegaba. Y, además, se jugaba al fútbol”.
Ezequier Fernández-Moores
Fue un inicio de semana caldeado y difícil.
La patada artera de Yesus Cabrera, que rompió algún filamento del cuerpo de Juan Pablo Vargas, dictaminaba que él no podría jugar fútbol en adelante. Esperamos el reporte médico que llegó el mismo día de la publicación del boletín de sanciones: seis semanas fuera, chao competición, con una sola fecha de suspensión para el infractor del rodillazo y dos fechas para Emerson por cabecear un rival. Además, no habría fútbol en Bogotá por la pandemia que tiene las UCI a reventar. Hubo que viajar por tierra hasta Ibagué, oficiando de locales en estadio prestado.
Todo lo anterior en nombre del fútbol, de ese show que no tiene tiempo de pausa.
Seguro que usted estará esperando que le hable de las 100 apariciones del ‘Jefe’ Vega o de la falta que hizo Macalister. Creo estar convencido que quiere que le cuente que Wilmar Roldán se comió un penal contra Millonarios en tiempo de reposición del segundo tiempo, o peor todavía: que él mismo, ante un periodista, reconoció que se equivocó al no sancionar expulsión en el pisotón de Aldair contra Llinás. Si quiere que le comente que el equipo fue sólido en defensa y no palideció nunca la serie de Cuartos, eso no lo va a encontrar aquí en adelante.
Había una conversación pendiente entre ciudadanía y Estado, aplazada desde 2019: el miércoles 28 de abril estalló todo y aun cuando el COVID no ha dejado dialogar con mayor constancia, les aseguro que ya no hay miedo para levantar la voz.
En otro contexto, llegar a la semifinal sería motivo de felicidad. Lastimosamente, hay otro encuentro que se está jugando en las calles, donde se rifan la vida unos y otros, que hacen parte del mismo país, pero que matan en nombre de otros y que cantan en nombre propio. Ese partido lo estamos perdiendo.
El deporte masivo es una tentación para los tiranos, los autoritarios y los miedosos, porque con él buscan adormecer una masa que sigue despertando de su somnolencia. Lo supo Hitler, lo supo Videla, ¿no lo van a saber los dirigentes actuales con una Copa América al garete?
Cuando Millonarios jugaba en Ibagué pasaron dos cosas que no deberíamos vivir: se militarizaron las ciudades por orden presidencial y asesinaron con un disparo en el pecho, a unas largas cuadras de distancia del Manuel Murillo Toro, un joven llamado Santiago Andrés Murillo. La madre ha sido expresa en su petición sobre su varón fallecido: “¡que me peguen un tiro a mí también! ¡Me voy con mi hijo!” Mientras Mario Kempes jugaba en el Monumental en 1978, en la ESMA torturaban y desaparecían personas. Mientras se jugaba fútbol en Ibagué, asesinaban un hijo único.
En 1985 apenas daba mis primeros pasos por la vida. Pero gracias al fútbol, que me llevó a los libros, entendí que cuando el Palacio de Justicia era quemado y la gente se desvanecía entre el fuego de los tanques, se ordenó transmitir en cadena nacional Millonarios – Unión Magdalena. No veo diferencias entre ese año y 2021: apenas el marcador final. Hasta la instancia de juego es parecida. Somos un sonsonete repetitivo.
Felicitaciones: hacen parte de los cuatro mejores del torneo. Pero más todavía para esos jugadores valientes que usan las redes sociales para escribir que “al otro lado del miedo, está el país que soñamos” y que están en contra de la reforma tributaria. Hemos perdido la oportunidad para que el fútbol no quedara manchado de sangre otra vez.
Incluso MundoMillos desperdició su propia encrucijada: transmitió en directo lo que dijo que no iba a publicar.
Antes que pertenecer a un peligroso “ismo”, antes que ser periodista, facho o mamerto, soy ciudadano. La venda en los ojos ha sido removida.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco