El día después: dos golazos en la penumbra
En este momento todos hemos llegado a nuestra oficina o nos hemos levantado de la cama henchidos de orgullo en el pecho. Caminamos con un aire de tranquilidad espeluznante, casi que levitamos porque Millonarios es el líder de la Liga y aunque falta un mini torneo llamado cuadrangular, hay tranquilidad. Todos los méritos han sido revalidados durante 18 fechas y estamos aquí. Tanto para hablar, tanto para decir, pero solo una palabra definiría nuestro estado de ánimo: ¡golazos!
El funcionamiento de los dirigidos por Jorge Luis Pinto no miente ante la estadística general: a falta de dos partidos, somos los mejores locales del torneo (74,07% + 10) y los mejores visitantes del torneo (62,9% +5), según el periodista Julián Capera. Si cabe alguna comparación, ayer me recordaron que en la campaña 2012-II, Millonarios terminó el todos contra todos con 37 puntos, los mismos que tiene hoy; que durante ese torneo se cabalgó desde la fecha 3 en la primera posición y que en ese semestre, también se le quitó un invicto a Junior con dos goles: uno de Juan Esteban Ortiz y otro de Osvaldo Henríquez. Casualidades, cábalas, llámelo como desee.
Entre Felipe Jaramillo y Matías de los Santos se encargaron de fortalecer algo que adolecíamos: remates desde fuera del área con atino al arco. Dos balazos que impactaron el corazón helado de los costeños, uno y dos. Viera, portero de experiencia y ataja-penales, gana-campeonatos, quedó sentado en el maltratado césped de El Campín: ese fue el castigo por tirarse desde el minuto uno, quemando tiempo y cartuchos para bajarle ritmo al partido desde la orilla contraria. La mezquindad tiene castigo y la justicia deja la divinidad para posarse en los humanos.
Queda en la retina del primer gol tocar el balón desde atrás, con solvencia y elegancia, haciendo “la nuestra”, esa idea tan impregnada desde el tándem Pinto-Rincón-Arenas. Ellos, tan manoteadores, tan sabuesos intensos, pregonan que jugamos desde atrás y salimos con criterio: eso es jugar bien, pero también con practicidad. Jaramillo apenas hizo lo que pudo y debía hacer, con la envidia propia de quien necesita una buena noche: contrariado con varias faltas que le pitaron anteriormente, envió ese riflazo para celebrar con un corazón dibujado con sus manos, viendo hacia occidental. En el juego fuerte, Millonarios se hizo aun más tosco: ingresa Ovelar, el paraguayo agradecido, reemplazando a González Lasso, el terco del gol. Patada fulminante que apenas dio para tarjeta amarilla contra el ‘Búfalo’ y falta a treinta metros: el portero uruguayo paró sin sentido a tres jugadores, uno de ellos abierto. ¡PUM! ¡Zapatazo! ¡Bombazo! Todos a dormir.
Mario Herrera, ¿escapela FIFA?, no ayudó a la continuidad del espectáculo. Cero y van tres dotados de este honor mundial, colombianos, que no aportan continuidad de juego: Nicolás Gallo y John Alexander Ospina, para citarlos. No sabemos a quién más acudir para elevar protestas y Pinto lo dejó claro, “con respeto”, en su rueda de prensa. Es lo que hay en la mediocridad.
Por último, cada final de mandato del Alcalde de turno es un verdadero suplicio para la ciudad. Embocada en atracos diarios y constantes fallas en su sistema masivo de transporte, entre otros problemas, parece que un estadio no es importante para la ciudad y su regente: grama en pésimas condiciones y luz a medias, sin reparación, donde la penumbra hizo efecto en la parte sur occidental del estadio; la torre de ese sector se demoró más de lo habitual para prender. No hubo luz por espacio de tres horas para hacer el tinto que consumimos los adictos al mismo. Ya sea por el frío o la indolencia, nuestros políticos están más preocupados por aparecer diez minutos para las redes sociales, antes que solucionar algo de lo que, hasta un tiempo atrás, éramos orgullosos: el estadio estaba bien cuidado. Hoy parece casi que abandonado. Dan grima.
La próxima parada será el clásico capitalino como visitantes: hay otros que tienen más que perder.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco