El caballero de la adversidad
Hola, maestro. ¿63 pirulos, eh?
Recuerdo perfectamente el día que te anunciaron como nuevo técnico de Millonarios, reemplazando a Diego Cocca: estaba en casa, cenando, viendo los canales de deportes. Mi señora casi que no soportaba el dolor de un proceso cortado y abandonado a la deriva. Le dije a ella “llega un señor con pergaminos, que sabe manejar clubes grandes y que salió campeón de Libertadores”. Tiene chapa, tienes chapa.
Acá hubo un raro resquemor porque Hugo Gottardi, gloria santafereña, era mirado de reojo. Menos que conocíamos a Cinquetti. ¿Dónde ibas a mandar a Hugo, si siempre te ha acompañado hasta como ex compañero de cancha? Gracias a ti volvimos a los libros de fútbol: Lanús, Estudiantes, tu amado Rosario Central y otros más. Hasta contaste cómo fue que te dijeron que no ibas a un Mundial, en una entrevista con César Augusto Londoño. Bohemia, música y tranquilidad.
El remezón fue doloroso cuando nos enteramos que estabas enfermo. Nosotros, como hinchas, sabemos que en nuestras familias hay personas que padecen cáncer o alguna otra enfermedad: en el silencio cómplice y necesario de los directivos encontraste fortaleza por el apoyo. Y agradeciste por eso, porque encontrar un poco de mudez en el fútbol tan público es difícil salir campeón.
Potenciaste un plantel que estaba quedándose viejo ante las victorias. Diste motivos para entrenar todos los días con convicción, siempre en la misma tarea y el esquema que nunca varió: jugar por fuera, entrar al arco, disparar pocas veces desde fuera del área. Por un gol, en Medellín, nos quedamos cerca de la final. Luego, para el segundo semestre y con garra, valentía, llegamos a un final inesperada y soñada: ante el clásico rival de ciudad. Podemos discutir si jugábamos bien o mal, pero ese gol de ensueño en el minuto 85, no te puso a celebrar sino a transmitirle calma al equipo en medio de la euforia desmedida: recuerdo demasiado la arenga de Cinquetti con Janeiler Rivas, antes de ingresar; todavía me pone la piel de gallina.
Luego, la Superliga en la misma ciudad donde te quedaste fuera de la final: no estuviste ahí, en la raya dirigiendo, pero estabas en tu casa de Argentina viendo cómo Gottardi, ese precioso ladero, te decía a través de la cámara “¡para vos Miguel, para vos, esto es tuyo, tú armaste todo esto!” Luego, también con mi señora, compramos un pasaje a San Pablo al último partido de fase de grupos de Copa: gracias a ti conocí qué se sentía ganar en el extranjero, en el Arena Corinthians. Y aunque no alcanzó para seguir en Libertadores, llegamos a Sudamericana. Me dijiste, en zona mixta y fuera de micrófono, que “me dan tres refuerzos más y salimos campeones”. Ante Santa Fe, equipo del que fuiste verdugo, nos quedamos fuera de esa copa. Esa noche lloré tanto en la tribuna que me cercioré de salir último del estadio: esa noche entendí que el proceso se cortaría, tarde o temprano.
El día anterior al último partido, te visitamos en el hotel con cuatro amigos más y te regalamos, además de tus compañeros, una placa resumiendo con letras el tesón, la valentía, la gloria y la historia que escribiste y nos dejaste para toda la vida. Nos enseñaste que “yo me ocupo, no me preocupo”, que somos una familia en la adversidad; nos mostraste que “todo se cura con amor” y que coreamos tu apellido en el momento más difícil de tu vida. Nunca dejaste de sonreír, jamás. Dejaste tantas lecciones, Miguel Ángel, y la más importante, aparte de los títulos, es que eres el caballero de la adversidad.
Desde la distancia te celebramos el cumpleaños y te damos gracias por las lecciones de vida. Porque eso es el fútbol: la vida misma.
¡A tu salud, Maestro!
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco