Con Cabeza Fría: semana de pasión

Dicen que ir al estadio no es solamente una experiencia indescriptible y que, cuando empezamos a frecuentarlo para seguir a nuestro equipo, se convierte en rutina y vicio de los buenos, los que nos dan alegrías y sensaciones que no experimentamos en otros escenarios. Y las maromas que empezamos a hacer para costear transportes y boletas, tiempos, trayectos y hasta comida o bebida antes, durante y después, se traducen en esfuerzos que con gusto trasegamos con un fin cristalino: ser felices en una tribuna por 90 y pico de minutos de pasión.

De esas maromas recuerdo ahorrar lo de las onces en el colegio, vender dulces para la o las boletas semanales, hacer filas en las taquillas viejas del Campín, Nananancy o la antigua tienda azul de la 24 con 63, estar pendientes y en lo posible encarar los ladrones disfrazados de hinchas que, con la excusa de hacerse a «una liga para ver al Embajador», te robaban plata, boleta o la prenda azul que llevabas porque eras «clasiquero» y no entendías de este amor. Ya después, registrar clases evitando fines de semana o jornadas nocturnas, programar sueldos y liquidaciones para los abonos, los viajes posibles cuando se confirman los calendarios o las camisetas nuevas, cruzar y reuniones para evitar cruces con partidos y claro, sacrificar horas de sueño bien fuese al ir a juegos nocturnos previos a una jornada laboral o para madrugar por las boletas de una final.

Es tan distinto lo que se vive dentro del coloso de la 57 que incluso la perspectiva sobre las incidencias de un juego puede distar tanto como un trayecto de Suba a Ciudad Bolívar. El viernes salimos felices del Nemesio Camacho por lo visto en Montero, Juan Pablo, Murillo, el superlativo Larry y, por supuesto, el figurón de la noche. Porque las asociaciones, la organización, el liderazgo, la personalidad y los goles de Macka atiborraron de aplausos merecidos todas y cada una de las localidades (así el segundo se lo quieran anotar a Correa). Pero hablando con la mamá de mi novia aterricé en esta columna para, después de la euforia de un laboratorio magnífico y de pintarle la cara al siempre detestable Alexis García, enfriar la sangre y entender su perspectiva desde casa.

Sobrar el juego nuevamente (porque para mí eso pasó también en Cali) fue su sentir enojado sobre lo que vimos en la grama del estadio capitalino. Los goles comidos del mismo Macka, de Daniel Ruiz quien además entregó mal muchos balones, de Herazo a pesar de haber entrado bien, además del intento de gol de pecho del capitán, sus argumentos furiosos frente al reducido 2-1. ¿Qué reflexión viene a lugar? Sí, el éxtasis de ir a la tribuna es maravilloso y, por la misma razón, gozarse el partido y alentar esos 90 y pico de minutos debería ser mandamiento. Pero hay que corregir y hay que respetar al rival llenándolo de goles, máxime cuando volvió el punto de bonificación que fácilmente puede definirse con goles a favor. Si un equipo marrullero por tradición como Equidad tiene que descuadernarse con tres cambios de golpe y se los devolvemos con un gol de camerino, hay que seguir de largo. Porque ni ellos ni ningún otro equipo perdonaría regalo semejante: jugar a lo que no saben y buscar el arco rival.

Nuevas maromas van asomando a la puerta de esta semana de pasión para visitar La Perla del Otún. Y tanto los viajeros que deben ser cautelosos con esta nueva salida, Millonarios debe también asumir un papel de precaución frente a un complicado rival que de local nos cobró el año pasado. Jugar con respeto, leer los momentos del partido, defender cuando sea necesario, y pegar y rematar cuando el matecaña tambalee en lugar de sobrarlo. Cierto, estamos ya clasificados, pero la ambición por más es un camino que debemos iniciar e inculcar en todos los miembros de este club, y no volver a las (no tan) viejas costumbres y conjugar el domingo de resurrección con el transitar de Pereira en la Liga. 

Carlos Martínez Rojas

@ultrabogotano