Con Cabeza Fría: 2.8

«Uy profe, ayúdeme. Son dos décimas nada más». Suena a chiste y anécdota, pero es el presente que acabo de vivir con un par de primíparos en un grupo y otros dos pelados en el otro, una de ellos repitiendo la materia. Siempre, siempre el discurso es el mismo. Que se esfuerzan en vacaciones, que van a pagar un curso de lengua para mejorar, que «vea que yo nunca falté a clase» y cualquier sandez para salvar los papeles de cuatro meses en una socialización final de notas de dos horas.

También yo tengo mi discurso. Un alumno universitario, a diferencia de uno de colegio, no está obligado a estudiar esa carrera (a diferencia de los que se dejan inscribir por los papás «porque eso de las lenguas da plata y está de moda» pero quieren ser doctores, diseñadores o no hacer ni mierda). Y partiendo de la idea de que están en nuestra universidad porque quieren ser profes, porque les gusta el cuento, mi inamovible justificación echa raíces. No voy a salvarles esas 16 semanas de petacas a quien no merece aprobar, mucho menos dejarlos avanzar y que mi trabajo sea cuestionado por el colega que los reciba el semestre siguiente y piense «¿Quién dejo pasar a éste(a)?». 

Otro es el caso de quienes sabían que podían y tenían que «meterle la ficha» a los finales. Que era poco lo que les faltaba para superar la materia e irse a dos meses de Netflix, Cuevana, Spotify y paz. Y esa paz tuvo su génesis hace doce días, porque sabían que todo estaba en sus manos, que era su responsabilidad estudiar, prepararse y sortear con su lápiz y su cerebro un examen y una prueba a sus ideas; mas no tener que apelar a la piedad, la caridad, «las cosas de Dios», las lágrimas y los ruegos, pan de cada junio y cada diciembre en los salones de la Facultad.

El caso de Millonarios es un mélange de ambas situaciones. El que ruega porque se le den las cosas, el que espera que un juez resuelva la papeleta (y aún con un expulsado a su favor tampoco va la vaina), el que anhela la suerte para que el balón al fin entre al puerco arco rival. Pero también es el que tiene todo en sus guayos, ideas y sociedades para aprobar lo que le queda y clasificarse a una nueva final. El que aún depende de sus propias habilidades para hacer seis puntos mucho más que posibles si quieren. El que puede, si se convence que en verdad puede. 

El peor de los casos es que Millos le dé por ser mi estudiante que repite -y repetirá- materia e igual no comprenda que debe estudiar más al rival y sortear la adversidad para mejorar. Porque si fuese así ni con todos los «VAMOS POR EL GOL» o «MOVETE MILLOS, MOVETE» ese 2.8 va a arañar las dos décimas faltantes contra Nacional y Bucaramanga.

Carlos Martínez Rojas
@ultrabogotanoÂ