El día después: tecnología de la angustia
Las horas de inquietud, de la eterna espera, aquella pendiente desde 2017, han sido calmadas luego de los primeros noventa minutos más adiciones en este partido de ida de final 2021 – I. Subimos fotos en las redes sociales, mostramos nuestra mejor camiseta, exhibimos el lugar donde estamos y las personas que frecuentamos: es menester sentir poca soledad, el acompañamiento virtual en la distancia. No estaremos en el recinto de la Carrera 30 con Calle 57. Es un verdadero suplicio mental estar y no poder estar. Tan cerca, tan lejos. Todo será Zoom, Meet, Teams. Son tiempos odiosos cuando se trata de pasión.
Combina a la perfección en ese cóctel del martirio la celebración del cumpleaños de Millonarios. Segunda vez sin juntarnos: deberíamos estar aglomerados, sudorosos, cansados de tanto brincar como cabras desbocadas, atiborrados de serotonina azul. A menos que usted quiera desafiar la lógica de estas épocas, aquellos reencuentros seguirán vetados por un lapso más. Deseo que pasen más rápido las horas: estoy desesperado por volver a ver a mis amigos.
La evidencia del estado mental fue el partido en Ibagué. Electrizante desde el principio hasta el fin. El arco sur del Manuel Murillo Toro parece preparado para acoger las gestas azules de los últimos tiempos. En la memoria quedará el gol de Harrison Otálvaro, así como el penal ejecutado por Juan Carlos Pereira. Basta ver las redes sociales del crespo cartagenero: ánimo, resistencia y con un solo partido jugado en 2021, mostró una personalidad especial, una suerte de carácter forjado en la adversidad para patear un cobro con tanta calidad. Esto no es un asunto de huevos: es la concentración, temperamento y naturaleza ganadora, justamente lo que encontramos en la exhalación final del partido.
Todo costó demasiado desde la semifinal de vuelta. El primer sacrificado para la noche anterior fue Stiven Vega. En él recae el juego embajador. Nos diluimos lentamente y el Jefe silencioso, capitán sin cinta, quedó mudo ante los errores de sus compañeros. El número 28 es ese amigo que presentamos con orgullo ante los demás: nunca nos hace quedar mal. Por su posición, por la urgencia del primer partido de ida, no fue relevante en el andamiaje general. Chicho, precipitado, emigró hacia las duchas antes de tiempo y su arrepentimiento será el purgatorio hasta que tenga revancha. Al final de todo, la actitud y la casta no se negociaron: salió a flote la chapa del amor propio.
Tolima es un equipo exageradamente físico que se fundió en el tercio final del segundo tiempo. Tiene buenos rematadores y contó con la mala suerte del palo, además de la presencia de Cristian Vargas. Ordenado y rugoso, mostró mejores argumentos de juego. Estoy seguro que Don Hernán Torres no quedó contento ni con el arbitraje, ni con el aprovechamiento de la variable “tengo un hombre más para una mayor ventaja”.
Escribo con zozobra porque no sé qué pasará el domingo. Es la misma que sentimos cuando Carlos Betancur señaló, con la ayuda de Gustavo Murillo, un penal que nadie vio hasta la repetición. Las pastillas de ansiolíticos vienen en forma de redes sociales. A partir de hoy estamos como Macalister, suplicando y arrodillados.
Así como el VAR, esa será nuestra tecnología de la angustia.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco