El día después: una banda de perros
Todos tenemos en la memoria partidos que terminaron en pica, empujones y trompellones. Cabezazo va, puñetazo viene. Imposible olvidar ese Flamengo – Vélez por Libertadores, en 1996: sí, el mismo del delicioso coñazo de Zandoná a Edmundo. También Lanús – Atlético Mineiro, por Copa Conmebol un año después, con Óscar Ruggeri, ahora comentarista, como protagonista de una batalla campal. Incluso, antes que el fútbol dejara de ser eso, un espectáculo, recordamos con cariño ese Gremio – Inter de Portoalegre hace casi dos años. ¡Sangre, queremos ver sangre!
El fútbol es un maravilloso deporte de conjunto que contiene refriegas individuales: en el césped también se erigen mitos y leyendas que contarán sus tropelías a sus nietos. Con esas acciones, los hinchas haremos honor de nuestra buena memoria y creeremos con más firmeza que “el fútbol es la guerra por otros medios”.
No fue un partido lindo o hermoso. Cortado, trabado, lleno de faltas y tarjetas de todos los colores, sabores y condimentos. Patada va y viene. Entre 22 personas entonaron himnos belicosos con cada infracción cometida. Nadie desentonó. Parte de la pureza del juego es la necesidad de la agresividad como virtud, esa que raya en el límite de la violencia. Con todo lo anterior, los líricos recibimos 90+11 minutos aleccionadores: en fases finales, hay que poner empuje, perrenque y se debe hacer valer que sus huevos, los de ellos, cuestan más que $1800.
Varias adendas de fútbol, que sí hubo. Las pisadas de Mackalister, como su liderazgo, innegable, fundamental. Los goles de los delanteros, funcionales, sobre todo el anotado por Chicho: así como nos han hecho daño después del minuto 80, Millonarios puede devolver el golpe en esos instantes. La lesión de Vargas, por la patada ‘zuñillezca’, es difícil de digerir: ¿a quién le pediremos el primer balón largo para cinco toques y gol? El portero Vargas, todavía discutido, salvó un remate que podría ser fundamental para la serie.
Por favor perdonen a Emerson y su tarjeta roja: ante la impotencia, reducción e inutilidad del rival, que pasó mucho tiempo renegando contra el césped, es menester exhibir bravuconería cuando toca. Ahí, silenciosos, Vega y Llinás: el segundo, ¡por favor, qué coraje para encarar al árbitro en esas dos acciones de tarjeta roja! Hay que tener esos testículos bien puestecitos para hablar bien durito.
Desde el balcón del apartamento que habito, veo cuatro gozques que conviven en la calle. Andan en manada. Tienen que rebuscar su comida entre la basura. Son fieles, leales y duermen en el parque. Sus pelos ya están duros ante la inclemente helada nocturna de la sabana bogotana. Hay batallas campales con otros caninos y con ellas se despliegan heridas de guerra en su cuerpo. Pero no se despegan unos de otros. Se miran, se observan y saben dónde está su compañero. Entre ellos saben quién necesita ayuda. Eso es este Millonarios post América, 1-2: una banda de perros que se cuidan mutuamente. Bendita sea la comunión del grupo.
Tuvimos 18 partidos de fase regular para jugar bonito. Ahora necesitamos jugar cinco más con cuchillo entre los dientes y Gamero lo sabe. ¿Quieren ballet o quieren punk?
Carlos Ortega, árbitro central, antes de lanzar la moneda dijo: “señores, recuerden que esto es un partido de 180 minutos”. Mi plegaria es llegar a la semifinal.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco