A la memoria del difunto
La escena es tétrica y macabra.
Parece como el piso en plena cirugía de vida o muerte, o un laboratorio de pruebas de maltrato animal. No es un pueblo recóndito, ni la morgue de Medicina Legal: es una estación de Transmilenio, en un radio menor a un kilómetro de distancia del Estadio Nemesio Camacho, manchada de sangre.
Con antecedentes o no, cuatro muchachos menores de 25 años asesinaron otra persona de esa misma edad. Acá no importa si la camiseta es azul, amarilla o roja: está muerto y es un acto reprochable, simbólico, esclarecedor.
Nuestra sociedad está pasando por un trance alarmante. La mentira es verdad y la verdad es pisoteada por personas con talento suficiente, animador: hoy nos gobiernan bufones con pinta de estadistas. Dentro de esa colectividad, lo que antes nos parecía mal, hoy está bien visto en nombre de la democracia disfrazada de otra cosa. Está bien asesinar líderes sociales o candidatos porque no valen nada: porque es la propuesta de un grupo de psicópatas que no desean ofrecernos tener un poco de tranquilidad con miras del cambio.
Hoy, para ellos, este muerto será una estadística más, pero es un recuerdo imborrable para su grupo de amigos; es una vida extinta para sus familiares y quedará como una vaga evocación de lo que no es el fútbol. “Se lo merecía, era ralea, un barrista loquito” y cuántos calificativos más podremos recibir por parte de los que odian el fútbol, pero siguen a la selección nacional y se lucran con su negocio, sean entes públicos o privados. ¿Esa es la memoria del muerto? No, y todo esto no es el fútbol en sí. ¿O sí?
Cuatro muchachos se llenaron de motivos al escuchar esas palabras simbólicas “te esperamos afuera para hacer un combate”: el alcance del discurso se transformó en acto y esas actuaciones hoy me tienen acá, sentado frente al computador, pensando cómo más hacer para intentar proteger a mi familia y amigos que usan indumentaria de un equipo de fútbol. Este peligro decidido por donde atraviesa el fútbol, con amenaza de paro de futbolistas, no es más que caminar por la cornisa porque el show debe seguir, porque no se frena el circo si el malabarista sufre una fractura. Nadie quiere perderse el espectáculo y esto, la violencia, forma parte de él.
Bill Bufford escribió uno de los más bellos ensayos sobre este particular. Se llama “Entre los vándalos” (Editorial Anagrama, en español) y resume brevemente cuál es la motivación de estas personas, los violentos: “(…) hay experiencias de la individualidad, ser un individuo de la manera que sea (…) El dolor –ya sea causarlo o padecerlo-, el dolor como sentimiento absoluto. La piromanía. Algunas drogas. La violencia, el crimen. Formar parte de una muchedumbre. Y –mejor aún- formar parte de una muchedumbre en pleno acto de violencia”.
Nos proponen un país violento, ergo, somos y necesitamos ser violentos, con las palabras o un puñal, que vienen a ser lo mismo. Nos tenemos que cuidar del otro y de nosotros mismos porque somos una metáfora de lo que más odiamos.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco