El día después: ¡pero antes muerto que dejar de alentar!
Apenas ingresé al estadio entendí que si a Millonarios le toca jugar en la luna, somos capaces de pedirle a la NASA una expedición chárter.
Durante 25 partidos nos comportamos como equipo para pelear título. Récord local, récord visitante, goles a favor, mejor campaña en torneos cortos. Todas esas razones alimentan el dolor de no llegar a la final y debemos insistir en que no fue una mala tarde sino un extraño día.
La rabia en el corazón reside en que fuimos los mejores, de pe a pa, porque las cifras así lo demuestran. Pero también esos datos son un espejismo en el desierto: justo en el tramo final, en los 90 minutos decisivos, en el momento de menor tensión (porque la descargamos contra Pasto) se produjo la desconcentración más inverosímil del último tiempo.
Entre la tristeza, la desazón, la culpa, el desasosiego, la mirada de Jorge Luis Pinto durante el segundo tiempo fue hacia el piso. El líder que pidió asistir en masa a El Campín quedó ensimismado en la raya técnica por no entender la desconcentración en esos 25 minutos fatídicos, con dos goles que normalmente no nos harían y en pelota parada, algo que ya se había corregido diez fechas atrás. Así, en un abrir y cerrar, se acabó el primer semestre de Millonarios. Es extraño pero no irreal: el primer tiempo nos fuimos ganando y nos remontan con dos opciones en el segundo tiempo, aún con dos atajadones providenciales de Ramiro, además de su contertulio, el palo horizontal.
Quisiera encontrar razones, perdón la primera persona, para contarles cómo fue que nos sucedió esto. Podría inventar teorías conspirativas para justificar la debacle que vimos ayer. Seguramente hay hipótesis sin confirmar, pero algo quedó claro: si el partido de ayer debía definir llegar a la final, somos dignos derrotados y no merecíamos jugar esos últimos dos episodios. Sin paragón y las cosas como son. Fuimos inferiores, pacatos, tristes, sombríos, poco varones, sin sangre en la cara, sin sentimientos en el corazón. Fuimos mínimos, fuimos derrotados. Y digo fuimos porque cuando perdemos también nos debemos incluir.
Quiero abrazarlos a todos hoy, embajadores, en el día después de una derrota dolorosa. Quiero decirle a mis amigos de Millonarios que los aplaudo de corazón: ustedes son el activo más grande que tiene un club que siempre les ofrece la espalda de forma permanente. Ustedes, para mí, son más valiosos que 25 jugadores sin alma, que perdieron el rumbo en menos 25 minutos. Ustedes hoy, donde estén, representan con orgullo el dolor de no clasificar a la fase final. Así como mi amigo Luis Carlos escribió que “ningún hincha de Millonarios me representa”, entre todos hoy somos el fiel reflejo del dolor por causa del desentendimiento de actores que hoy no son dolientes sino inmunes muñecos ante el dolor ajeno.
Gracias a mis amigos del bar, los que ayer me recibieron con tequila y cerveza. Gracias a ellos porque mi amargura se lavó con alcohol durante unas breves horas. Gracias por levantar la Calle 57 a punta de cumbias, Fito, Calamaro, Los Caligaris y otras canciones que transformamos para representarnos en ellas. Seguro la que más me gusta es esa que dice “no es por los títulos / que yo soy de Millos / esta es la herencia que me dejó papá / hay tanto amor que no se puede explicar / pero antes muerto que dejar de alentar”.
¡Antes muerto que dejar de alentar!
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco