El día después: fantasía, perfección y emoción
Si alguien tenía un ápice de duda, un rezago de mala energía, una sensación de desbalance, es la hora que piense un poco más allá: tenemos la cuota inicial de la primera final del año.
El marco fue espectacular. Esta vez no fueron las banderas ondeando, las que están colgadas o los descamisados en la popular. No, no fue eso: ustedes, hinchas asistentes, jugaron el partido de sus vidas, lo entendieron como apremiante y se conectaron uno con otro en la voz, en el acallamiento del murmullo que bajó en partidos anteriores y en el grito de gol al minuto 60. No me cansaré de citar a mi amigo Mauricio Silva Guzmán, co-autor de “De Millonarios me enamoré”, entre otros, en una charla post estrella 14: “cuando la gente de Millonarios se une, cuando todos tiramos para el mismo lado, pasan cosas fantásticas”. Tenemos fantasía y llegará la épica.
En el juego planteado en el césped, los jugadores, los varones con camiseta azul y pantaloneta blanca hicieron, tal vez el partido más perfecto en la era Jorge Luis Pinto: opciones de gol reales, pateando al arco como es menester, siendo solidarios entre todas sus líneas, intentando siempre ir hacia adelante y lo más importante, nunca especular con el balón. Estaba todo al caer: mirábamos al cielo con halo desasosiego y nos persignábamos preguntando “¿cuándo llegará el gol?” Santiago Montoya, resistido, chiflado, insultado, fue el encargado de meter la cabeza en el mejor momento de presión de Millonarios: pase precioso de César Carrillo y festejo mostrando su dorsal número 10. Ese acto fue para mostrar que él está, que no se ha ido y que tiene la suficiente paciencia que nosotros carecemos.
Al final del partido, decretado por John Alexander Ospina (¡sí se puede jugar con continuidad, señor juez!), nadie se quería ir, nadie se movió de la tribuna por unos minutos. Fue una sensación de completa paz y armonía; tal vez nadie se inmutó que el partido acabó y estáticos ante el resultado sentimos que vivíamos un sueño casi que hecho realidad. Tal vez, es otra posibilidad, nos quedamos viendo cómo Juan David Pérez corría hacia oriental para entregar el abrazo más hermoso: esa abuela, mamá, tía, esperó con paciencia de santo para que su favorito le regalara la prenda del partido. Ellos dos se fundieron en una sincera y emotiva caricia: las lágrimas de ella son nuestras, ella es nosotros y nosotros somos ella.
Ahora ella dejará de soñar con su camiseta azul porque ya la tiene. Ahora nosotros empezamos a soñar con una estrella: no la tenemos, seguiremos luchando con ella con la frente en alto y siendo conscientes que la merecemos. Faltan tres semanas, una eterna agonía.
Leandro J. Melo C.
Twitter: @lejameco